Índice de textos:
-Historiadores del corazón
-Dios ha venido
-El hereje
-Simios importantes
-El sueño y el poder
-Los perros de Amundsen
-Chocolate del Congo
-Me gusta cuando no rompes, porque estás como ausente
-Mierda para comer
-Sobre verdad y falsedad en sentido banal
-Presión social
-Callejón humano
-¿Madurez?
-El Witch
-David de María y Chenoa
-Sobre guerra y las lecciones de la Guerra Fría
-La sombra negra
Los perros de Amundsen
¡Qué buenos los conguitos!
Me gusta cuando no rompes, porque estás como ausente
Mierda para comer
Sobre verdad y falsedad en sentido banal
-Historiadores del corazón
-Dios ha venido
-El hereje
-Simios importantes
-El sueño y el poder
-Los perros de Amundsen
-Chocolate del Congo
-Me gusta cuando no rompes, porque estás como ausente
-Mierda para comer
-Sobre verdad y falsedad en sentido banal
-Presión social
-Callejón humano
-¿Madurez?
-El Witch
-David de María y Chenoa
-Sobre guerra y las lecciones de la Guerra Fría
-La sombra negra
Historiadores del corazón
Todo son puntos de
vista hoy en día. Esta máxima en la que parece que nada es verdad del todo y
nadie puede estar seguro de contar con una verdad ya empieza a ahogarme. He
estudiado historia, y cuando creía hacerme una visión clara y orquestada de los
acontecimientos, alguien vino y me la rebatió, me dio otro enfoque contra el
que no quise argumentar aunque pudiera, porque ya estaba cansado. Anteriormente
me había pasado lo contrario con otra persona que también sabía mucho de
historia y sin embargo compartía mi opinión.
Por eso al que
discrepaba no quise rebatirle, porque estoy cansado. En cuanto uno comienza a
tener ganas por hacer un proyecto, adherirse a una lucha, iniciar una
actividad, aparecen las hienas del juicio ajeno. ¡Te tiene que dar igual dicen!,
pero yo nunca he valido para eso. Le doy vueltas y vueltas a la cosa por muy
seguro que esté de ella, y siempre acabo en lo mismo: en el fondo, lo que
debiera hacer sería alejarme más, porque me confunden. Todo confunde, soy
consciente de la complejidad de la historia reciente en comparación con la
clásica, pero aún así quiero saber de una puta vez qué fuente es mínimamente
fiable. Si no puedo encontrar esto, no sé ya qué diferencia hay entre la
filosofía de la historia o el periodismo histórico y la historia.
Parece que muchas
veces se da una visión parcial de la historia con tal de reivindicar tal o cual
sistema político, lo que la convierte en política de la historia o algo
parecido.
Da la impresión con
esto de que ya ni si quiera podemos ser dueños del pasado, que también nos lo
han arrebatado, y en todo el debate sobre cómo ocurrieron las cosas también
hemos de estar precavidos de no ser engañados, y a costa de esto, también tener
en cuenta otras posturas que posiblemente no compartamos, pero que por su labor
de aportar confusión han conseguido trastocar nuestro juicio, moderarlo,
matizarlo; domesticarlo al fin.
Después de tanto
tiempo jodidos parece que nos queda resignarnos con una especie de
justificación proveniente de quien nos jodió. Parece que se nos prescribe un
juicio paralelo acerca de los acontecimientos que cada vez más nos condena a
“democratizar” nuestra postura si no queremos pecar de la más peligrosa palabra
de todas, radical. Es como si en las academias de historia se hubiera permitido
incluir en la visión conjunta un determinado apartado a cambio de una
retribución al sistema. Parece que los franquistas también tienen derecho a que
no se cuente una historia de ellos que les perjudique de todas todas, parece
que también hay acuerdo político o consensuado en hacer una historia
políticamente correcta, y esto se consigue explicando los hechos tal y como
ocurrieron según una oficialidad pedantemente académica, sin atender a otros
aspectos de carácter pasado, sin tener en cuenta la frustración histórica de
los pueblos, o su ignorancia.
Decir que la guerra
civil española la causaron los comunistas, por un lado es lícito si partimos de
la base de que el miedo a ellos tenido fue explotado, y si sabemos que ese
miedo se basaba en la ignorancia. Será igual de lícito el que dentr de unos
años, al leer un libro de historia se nos diga que la guerra de Iraq la causó
la amenaza terrorista o las bombas de destrucción masiva que Sadam Hussein
tenía, o que Estados Unidos entró en la Primera Guerra mundial por el
hundimiento de un barco.
Las guerras tienen
un carácter justificatorio parecido a la ambigüedad católica, en el que tanto
en una postura como en otra, siempre quedan encima, como el aceite. Si se
detecta una amenaza, la guerra es lícita, y no será luego quien la empiece (la
guerra) quien vaya en contra de la amenaza, aunque dicha amenaza fuera inventada
por él, si no quien amenazaba según su juicio, es decir, es como una especie de
subnormal asustado que pega a quien lleva la ropa azul, cuya madre dice que la
culpa la tiene quien se puso esa camiseta porque a su niño no le gustan, y
claro, ataca. Y así, si la amenaza la ve uno mismo, sus guerras nunca pecarán
de inmorales o genocidas. Este es el eterno juego de las guerras, y parece que
también de la historia.
Es irrisorio pensar
algo del estilo: como había amenaza por su parte, ellos fueron el causante,
nosotros sólo nos levantamos contra esa amenaza en la que nosotros creíamos y que
por cierto, explotamos.
Sabiendo que la
propaganda dada contra los comunistas en España había sido del tipo: “si los
comunistas se hacen con el poder, por estar ellos en contra de la propiedad
privada, habrá un solo cepillo de dientes para todo el pueblo”, un pueblo que
creyera semejantes cosas reflejaba en primer lugar una gran ignorancia que supo
manipularse para convertirse en miedo. Y esto fue aprovechado por quienes
dieron el paso del levantamiento.
La guerra civil la
causó la misma ignorancia que defendían y generaron durante generaciones
sucesivas quienes la iniciaron, los ignorantes.
Claro que tampoco es
extraño que si hoy es periodista cualquiera (sólo hay que ver Telecinco), los
historiadores también lo sean. Todo está trastocado, los historiadores (afortunadamente no todos) parecen
hacer una labor de confusión, donde ellos debieran aclarar un poco las cosas al
resto de la humanidad, tienden cada vez más a caer en el pozo del posmodernismo
donde todo es paradójico, y parece cada vez más abocada a la “complejidad” que
encubre la nulidad de un posible progreso.
Una lección amarga de
Marx fue aquella que mostraba a la historia como disciplina como otra
estructura más del poder, y por lo tanto la mostraba al descubierto para
aquellos que quisieran manipularla, ponerla a su interés. Hoy en día parece que
hasta la historia entera ha de ser arrastrada y dirigida hacia una postura o
deformación en la que nuestro punto de vista pueda seguir pareciendo coherente
o correcto.
La última bocanada
de aire la encuentran los mismos asesinos de toda la historia hoy apropiándose
de la complejidad del pasado para acabar negando lo que ocurrió, lo que ellos
mismos hicieron. Ni siquiera han de apelar ya al contexto para que entendamos
sus brutalidades, ya pueden permitirse el lujo de mentir sobre la historia
haciendo de ella una especie de conspiración que parece haber sido escrita por
el mismo agente que pretendieron erradicar.
Seguramente este
modelo prolifere de nuevo por la misma causa de siempre en este país: la
ignorancia. En Intereconomía pueden decirse cosas del tipo: “Franco creó las
clases medias en España”, sin ni siquiera tener que explicarlo. Seguramente si
se les dijera que antes de la Guerra Civil
España tenía un PIB similar al de Italia, y después de la dictadura un 65% del
PIB de este mismo país, lo que sitúa la renta per cápita resultante bastante
lejos de un planteamiento de creación de clases medias, empezarían a meterse
con las pintas de uno o a insultarle, o a lanzar alguna de sus teorías
irrebatibles por competir en un plano de estupidez que sólo genera impotencia
en su adversario, ya que no se le ocurre rebatirle de otra manera que no sea un
tiro en la cabeza por asqueroso ser putrefacto.
Muchos de los que
salen simplemente no tienen ni que justificarlo ni tienen por qué estar seguro
de ello, ya que cuentan con el hecho de que la gente en este país sigue siendo
muy ignorante, tanto que sabe tan poco de historia que aquí pueden proliferar
ese tipo de opiniones.
“Piensa mucho, habla
poco y escribe menos.” - Proverbio japonés.
“Educad a los niños
y no tendréis que castigar a los hombres”. – Pitágoras.
Dios ha venido
Ya es conocida la importancia del lenguaje en la vida humana, y la manera de manejarlo. Recientemente, uno de los ejemplos que más ha llamado mi atención es ése anuncio que ahora está por todos lados: paradas de autobús, metro, paredes de todo mi pueblo y Madrid… y es el de la sala de diversión “The Hole”. Es una publicidad bastante sutil, el anuncio muestra a una chica bastante llamativa por diferentes razones, desde la pose hasta los tatuajes y pasando por el detalle más importante de todos, la “O” de “The Hole” está situada entre sus piernas.
Qué metáfora tan brillante.
Pero lo interesante es ver cómo los anuncios cada vez más están en inglés, y cómo se usa esto. Por un lado, nos van acostumbrando a lidiar con el inglés aunque sólo sea en eslóganes facilongos, del tipo I´m “lovin” it y tal, pero en este caso es más relevante. El inglés en los anuncios está dirigido a la población joven, que es quien casi únicamente lo maneja en España. La población mayor no sabe lo que significan los eslóganes que le plantan delante de la jeta. Los jóvenes sí, y aunque pudiera parecer exagerado, el empleo del inglés con un público estrictamente joven como receptor actúa en nuestro país como una especie de lenguaje cifrado, y sólo descifrable para unos jóvenes que por haber nacido con la sociedad del consumo en las venas, aceptan sin rechistar muchos de los modelos que les ofrecen.
Esto no es excesivamente grave, la estupidez de los jóvenes hoy en día está más que probada y creo que poco se puede hacer ya por ellos, pero lo que realmente sí es llamativo es que en una sociedad que supuestamente aboga por la libertad en todos los sentidos, y por otro prescribe la unidad familiar al mismo tiempo (tratando de compaginarlas) en cada uno de sus anuncios y que en general viene a decir: todos en esta sociedad somos libres, pero al mismo tiempo, las fuerzas ajenas a nuestra casa, ha de ser posible controlarlas para poder educar libremente a nuestros hijos.
Sin embargo, este tipo de lenguajes cifrados (como en este caso es el inglés)sólo cumplen uno de los objetivos: otorgarle libertad a los productores, que por cierto, no harían este tipo de anuncios si no supieran que alguien iba a entenderlos, y posiblemente otros no. El otro de los objetivos, el de que un padre quiera prescribir a su hijo la inmoralidad de acudir a ese sitio, por ejemplo, queda anulado al no ser capaz el padre de comprender una información que le llega incompleta. Y por lo tanto pierde la capacidad de educar a su hijo, al menos en este sentido.
Por un lado, hay sectores neoliberalistas (especialmente en la Comunidad de Madrid) que defienden la enseñanza casi obligada del inglés, ya que según su razonamiento, si no no serás nadie: en eso tienen razón, siendo español y al mismo tiempo sabiendo sólo español no soy nadie. Qué patriotas. Quizás porque estos que dicen ser tan patriotas están más preocupados en su producción en el extranjero que en el progreso de ese país que tanto dicen amar. Quizás el patriotismo sea sólo una excusa que vale para ciertos casos. Pero bueno, la cosa es que este tipo de ideólogos quieren por un lado el derecho a educar a sus hijos (por ejemplo en su caso en la doctrina cristina) y por otro lado, quieren que aprendan inglés: hasta tal punto que un anuncio de la Comunidad de Madrid acerca de su gran campaña de colegios bilingües decía en uno de sus anuncios de propaganda en el que salía un padre con su hijo pequeño: “a veces me enorgullezco de que mi hijo sepa inglés y yo no”. Perfecto, gilipollas. “You are a fucking stupid men and i´m going to rape to your woman and cum in all your dreams, ok, Spanish eslave?” – “ah sí, yo español”, dirá.
Lo malo de este tipo de cosas es que ellos sólo van moviéndose donde se mueva el dinero. El resto les da igual, ellos no saben inglés y van haciendo el castellano viejo en las cumbres mundiales, quieren hacer negocios en el extranjero, y para eso necesitan dos cosas: 1)un traductor, 2) gente dispuesta a aprender inglés, ruso, chino y portugués.
Este es otro claro ejemplo de cómo aquellos que dicen ser conservadores lo único a lo que aspiran es a conservar el poder, como ya expuse en el anterior texto. Lo único que tienen es un ansia irreparable de juntar cosas cada vez más grandes, incluidos problemas, que ellos por supuesto causan pero no están dispuestos a solucionar (recordemos el caso de Somalia). Empezaron por contar en la tribu que había un Dios con el que hablaban, siguieron diciendo que ese mismo Dios les había encomendado quedarse chupando del resto por los siglos de los siglos, y ese Dios fue haciéndose sospechosamente más grande.
Al principio aquél dios era el dios del maíz, del río que por allí pasaba, etc. Luego pasó a ser el dios de todo eso y además del cielo, luego el del cielo y el sol, luego el del cielo, el maíz, el sol y las estrellas, luego ya en un climax de delirio, el cristianismo dio un golpe de efecto y dijo: mi dios es el único y dios de todo y todos, es omnipresente, omnisapiente, y omnisapiente. Este dios tuvo gran importancia durante numerosos siglos, y cuando pareció que era insuperable, uno nuevo apareció. Vino a suplir las carencias del cristiano: a saber, no se manifestaba a pesar de sus atributos, así que dejaron de creer en él. Tampoco cambiaron quienes controlaban al resto al cambiar el dios que habían defendido, simplemente fue como una especie de fusión financiera en la que el dios antiguo fue absorbido por el nuevo dios, el mercado.
El mercado es ese dios que tenía todas las cualidades del antiguo pero con un extra de eficacia y poder: se manifiesta, al contrario que el cristiano. El dios mercado necesita ofrendas, y donde antes Poseidón o el dios cristiano designaba con sus caprichos (porque tenía pasiones humanas) el destino de los hombres, ahora lo hace el mercado, y como consecuencia de este enfado que ahora ha tenido con nosotros, pobres hombres devorados por la pereza (eso que él llama ineficiencia) tenemos que pagar sumándonos a las filas de la mendicidad y ejecutando la particular penitencia del ser humano del siglo XXI, ¿haber nacido? Depende de donde, ¿ser improductivos? También, ¿haber hecho todo cuánto él nos dijo? Siempre será insuficiente. Así las cosas, el Dios que nos castiga se manifiesta siempre, pero sobre todo hoy en día en función de los intereses de quienes lo controlan, que como consecuencia de ser sus favoritos, están exentos de cualquier penitencia.
Si alguien se consideraba ateo, que se prepare para la ira de dios.
El hereje
“El hereje”, la gran novela de Miguel Delibes inspirada en el siglo XVI castellano, y concretamente vallisoletano, tiene en su prefacio este grandioso párrafo que resume el carácter cultural de la sociedad inquisitorial de la época:
“La afición a la lectura ha llegado a ser tan sospechosa que el analfabetismo se hace deseable y honroso. Siendo analfabeto es fácil demostrar que uno está incontaminado y pertenece a la envidiable casta de los cristianos viejos”.
Éste párrafo nace de boca de Cipriano Salcedo (el protagonista) en un viaje que emprende a Alemania con el fin de adquirir libros prohibidos en Castilla.
Actualmente tal cosa no pasa, aunque bien es cierto que hay ciertos libros que son más difundidos que otros. Y hay algunos que (en español) es casi imposible adquirir. Es una pena que el proyecto de Google de hacer la biblioteca universal no saliera adelante. Pero contrariamente a lo que mucha gente pueda pensar, es sólo una pena para Google, para el resto es una alegría, ya que una empresa que controle lo que uno lee y sepa con ello de qué ideas bebe su pensamiento, a mí por lo menos me parece escalofriante: es casi el sueño incumplido que no se le ocurrió ni siquiera a Orwell.
Esto no es una exageración, y para quien lo considere así espero que haya leído la nueva política de privacidad de esta empresa, donde desde nuestros números de cuenta hasta nuestra ubicación física puede ser ya sabida por estos altruistas, nuevos ricos hijos del pueblo. Es bastante probable que el cien por cien de la gente que usa Internet use Google, es bastante probable que sólo el treinta haya leído la política de privacidad, y casi pondría la mano en el fuego porque sólo el quince ha hecho algo al respecto, por ejemplo, cerrar sus cuentas asociadas.
Ya hemos visto que la afición a la lectura es un problema en este país, y por norma general, en el mundo.
Aún así, también hoy hay lecturas más oficiales que otras, en “los pilares de la tierra”, los buenos son muy buenos, y los malos son muy malos. A esto pondré sólo un párrafo del “Don Juan” de Molière como réplica:
“La hipocresía es un vicio de moda, y todos los vicios de moda se consideran virtudes. El personaje “hombre de bien” es el mejor de todos los personajes que pueden representarse. Hoy en día la profesión de hipócrita posee ventajas maravillosas. Es un arte cuya impostura es siempre respetada, y aunque la descubran, no se atreven a decir nada en contra de ella. Todos los demás vicios están expuestos a censuras, y cada cual tiene libertad para atacarlos libremente; mas la hipocresía es un vicio privilegiado que, con su mano, cierra la boca a todo el mundo y goza descaradamente de una soberana impunidad(…)¡cuántos, puedes creerme, conozco, que, por medio de esa estratagema, han enmendado hábilmente los desórdenes de su juventud y que, utilizando como escudo el manto de la religión, disfrutan, bajo esa vestidura respetada, la licencia para ser los hombres más perversos del mundo!.”
A parte de la maestría de lo expresado en este párrafo pronunciado por Don Juan, la última reflexión es especialmente interesante. ¿Qué clase de enseñanza puede darnos “los pilares de la tierra” siendo sus personajes o en extremo malos o en extremo buenos, precisamente en un mundo donde la hipocresía, época tras época, ha sido el vicio de moda, el que nadie puede rebatir por poseerlo él también sin que se sepa (afortunadamente no en todos los casos), y que hace a los malos actuar como buenos y captar la lástima y complacencia de aquellos a quienes engaña?.
Es literatura inocente.
La cuestión es que la hipocresía no es ofensiva porque uno siempre cree que en el fondo tiene razones coherentes para hacer lo contrario a lo que piensa cuyo secretismo estriba en que cuesta enunciarlas y a los otros les costará comprenderlas (o de eso nos queremos convencer para tranquilizar nuestra conciencia).
Sin embargo, el camino contrario también es posible, podemos influir en el pensamiento sobre sí mismo de una persona en función de esos posos difusos que no ha ordenado todavía de sí mismo para darse una visión mínimamente unificada, y de esto es de lo que se aprovechan los tarotistas, por ejemplo.
Esto fue enunciado por un señor conocido como Bertram Forer en algo que como su nombre, se llama “efecto Forer”, y se esclarece de la manera siguiente:
Forer por lo visto puso a unos alumnos suyos a hacer un test de personalidad, y cuando lo acabaron pensaron que sus respuestas iban a ser tenidas en cuenta por el profesor individualmente. El profesor se suponía que iba a darles una interpretación personal sobre su manera de ser en base a sus respuestas, pero realmente les dio un mismo párrafo a todos. Ellos, entre 0 y 5, puntuaron la correspondencia entre lo que el profesor decía de ellos y cómo se veían a si mismos en más de un 4, y el párrafo que les dio a todos por igual fue el siguiente:
Tienes la necesidad de que otras personas te aprecien y admiren, y sin embargo eres crítico contigo mismo. Aunque tienes algunas debilidades en tu personalidad, generalmente eres capaz de compensarlas. Tienes una considerable capacidad sin usar que no has aprovechado. Disciplinado y controlado hacia afuera, tiendes a ser preocupado e inseguro por dentro. A veces tienes serias dudas sobre si has obrado bien o tomado las decisiones correctas. Prefieres una cierta cantidad de cambios y variedad y te sientes defraudado cuando te ves rodeado de restricciones y limitaciones. También estás orgulloso de ser un pensador independiente; y de no aceptar las afirmaciones de los otros sin pruebas suficientes. Pero encuentras poco sabio el ser muy franco en revelarte a los otros. A veces eres extrovertido, afable, y sociable, mientras que otras veces eres introvertido, precavido y reservado. Algunas de tus aspiraciones tienden a ser bastante irrealistas.
Este párrafo es un ejemplo perfecto de literatura inocente o literatura para inocentes. Las contradicciones aparentes son salvadas magistralmente al plantear dos realidades distintas, la interior y la exterior, la de relación con los otros. En la primera el individuo se da cuenta de las contradicciones personales en las que le sume la sociedad en la que vive, en la segunda, en su relación con los otros, las solventa con una máscara de normalidad, de prudencia. En realidad contribuye a un orden de hipocresía, y a dos realidades distintas, la que se ve (ordenada) y la que no se ve (caótica).
La conciencia de vivir personalmente en un desorden aparente es la fuente de la inseguridad, y sin embargo es lo más coherente con la realidad, y ser consciente de ello de vez en cuando a pesar de vivir siempre así, nos hace pensar de nosotros mismos que somos pensadores independientes, que yo me he dado cuenta de cosas de las que otras personas no, cuando seguramente no es así en muchos casos, sino que simplemente no lo enuncian por ser políticamente incorrecto deshacer la hipocresía en público.
Pero todo en realidad no es más que una red barroca de mentiras. Todo es mentira, desde lo que la gente muestra hasta la política, pasando por el orden entero que la sustenta. Lo inocente contribuye a ver lo que no es, verlo sin ser. La literatura mala hoy en día es una forma de mantener a la gente enclaustrada en la hipocresía, porque la hace ver que es la forma natural del hombre.
El acto de la lectura inocente es tan contradictorio en sí mismo como el padre que lleva en coche a sus hijos al colegio: por un lado les lleva al colegio para que se formen para un futuro que sus tubos de escape están destruyendo. La lectura, que ha sido siempre la manera más precisa de desenmarañar toda la red de hipocresía creada durante siglos, pero que en el fondo se basan en unas mismas estructuras de poder, no ha de ser inocente, y si lo es, es tanto como un libro para analfabetos.
Y en el fondo, como dice Miguel Delibes, el analfabetismo es la manera más rápida y fiel de demostrar que uno está incontaminado, y pertenece a la envidiable casta de los cristianos viejos, los que leen los libros permitidos, que son aquellos que no destruyen lo establecido ni se lo cuestionan, y que por cierto, suelen carecer en sus páginas de un profundo análisis psicológico de sus individuos: ellos piensan de manera “normal”, simple, no se les ve en situaciones extremas que requieran reflexiones extremas, por el contrario, su perfil psicológico podría pasar perfectamente el test de Forer o por el contrario ser considerado un monstruo. Hay dos opciones por lo tanto, la realidad constante y falsa aunque no se vea, y la irrealidad de la que creemos estar precavidos, y que realmente sucede sin darnos cuenta.
Hay que entender que la lectura vuelve el pensamiento cada vez más radical (palabra que proviene de raíz) en el sentido de que ataca a la base de los problemas, y por ello cada vez le aleja a uno más y más del mundo, porque considera que como consecuencia de ese cambio de raíz que la realidad necesita, la radicalidad es vista en él como norma que aplicarle para sus congéneres, lo que le sitúa muchas veces en el centro de la pira.
Los libros prohibidos eran aquellos que cuestionaban algo viejo o mostraban algo nuevo, pero los nuevos libros inspirados en un presente cada vez más simple, nos mantendrán seguro en el apacible campo del analfabetismo, alejados de la crítica hereje.
Si de muchos de los libros de este tipo de literatura no podemos extraer conclusiones reales sobre cómo es la humanidad, sólo nos queda en ellos un consuelo: el entretenimiento, pero el entretenimiento tiene un doble filo, y es que a parte de divertirnos, también es empleado como método por toda clase de timadores y ladrones:
“Tú entretenle y yo le robo la cartera”.
Simios importantes
En la película “El amor en los tiempos del cólera”, basada en la novela del escritor colombiano Gabriel García Márquez, los actores principales son doblados a un perfecto castellano, los figurantes hablan en un popular “colombiano”, y como consecuencia lo que fue una bonita historia de amor en un paraíso, acaba siendo algo parecido, pero adulterado de la esencia que Gabriel quería concederle.
En el libro de “La isla del tesoro”, de Stevenson, el tesoro de un pirata es compulsivamente perseguido por un grupo de burgueses blancos que considera del todo justa su misión, porque robarle a un ladrón no es delito, sólo en el caso de que razón y raza sean superiores en quien lo hace. El único delito por tanto es el del pirata que amasó fortuna a costa de gente inocente, el que unos blancos burgueses le roben luego a él, hace que el delito se convierta en justicia que no se reparte (porque a partir de ese momento es privada).
Los contenedores, hasta hace poco tiempo estaban al aire libre, y los que no tenían qué llevarse a la boca podían revolver en los desperdicios de otros. Los nuevos se ponen bajo tierra, atendiendo a la estética e higiene de quien no tiene con ellos más contacto del que se tiene normalmente con lo sucio.
Los cajeros del banco ya exigen en la mayoría de los casos una tarjeta de algún banco para poder acceder, de tal manera que se puede sacar de ellos dinero, pero no dormir.
Cuando ocurrió la crisis de los piratas en Somalia, yo comentaba hace dos años con un colega que la solución no era perseguirlos, sino ver por qué estaban robando. Y robaban básicamente porque sus tierras de cultivo habían sido adquiridas por grandes empresas que no repercutían positivamente en el bienestar del pueblo, porque las aguas de Somalia son uno de los grandes vertederos (nucleares en gran parte) del mundo, lo que contamina el pescado desde mar adentro hasta la costa, y deja limpia una zona a la que sólo grandes pesqueros de grandes empresas pueden acceder, pero no el pescador pobre. Mas en su momento se les persiguió, y ahora mismo, cuando han pasado dos años de aquella crisis de piratería, surge una gran hambruna en el territorio, ¿tendrán algo que ver los dos acontecimientos? ¿es que los piratas de hace dos años se han llevado también todo el alimento de Somalia?. Si no se hizo nada con criterio hace dos años (yo propuse que se subvencionara una flota pesquera para que no se vieran obligados a piratear y entonces ver qué pasaba) ahora la estrategia es no pronunciarse. Una de las características del hombre blanco es que la mierda le salpica poco pero cuando lo hace le ensucia mucho, y por ello se aleja de los problemas que causa a no ser que choquen las repercusiones con sus intereses.
Las mismas razones que no llevaron a solucionar la crisis de Somalia, son las mismas que llevan a encerrar a gente en la cárcel y condenarles a una rueda de crimen: las razones son que no hay interés en resolver ese problema, mucho menos en rehabilitarlos (ayudarlos).
Esto es curioso, porque yo he oído que Orange dice que a uno le hace sentirse orgulloso ver que de nuevo confían en él, pero esto sólo se aplica a la permanencia en un contrato: de este orgullo están privados los presos y los drogadictos, y por eso se cierra la narcosala de barranquillas.
No sé si estos episodios serán simplemente casuales y si hará falta una mente retorcida como la que algunos tenemos para darse cuenta, o ya fueron convenidos previamente por otras gentes que así los dispusieron. Me inclino a pensar que no se dieron cuenta, simplemente, que se dejaron llevar por la irreflexión en un mundo en que al mismo tiempo en que no se piensa ni se cuestiona uno las cosas, con ello acaba contribuyendo a coincidir con cosas que no nos enseñan, pero aprendemos, porque están presentes casi de una manera imperceptible a unos ojos que desde pequeños están acostumbrados a cierto tipo de lenguaje.
Y lo cierto es que muchas veces lo que uno ha aprendido sin que le enseñen son cuestiones sobre racismo o cuestiones sobre codicia. Hay dos maneras fundamentalmente de mirar la riqueza, con indignación o con envidia. La mayoría de la gente la mira desde el segundo sentimiento, porque ya les han convencido sin darse cuenta de la verdad del “tú harías lo mismo si estuvieras en mi lugar”, lo que les ha sumergido en la vorágine de justificar las miserias del mundo y pelear un poco por acercarse a sus puestos más altos, parece que si aceptan que ellos harían lo mismo tendrían que aceptar que están tan locos por ser ricos como por hacer el hijo de puta.
Otras personas sienten indignación, por darse cuenta (igual que todos, lo que pasa es que a muchos se les olvida o dejan de cuestionárselo) del sencillo argumento de que si hay alguien rico en un sistema económico global es porque hay alguien pobre, y esto no es ni más ni menos que el espíritu del capitalismo: necesita desigualdad que acaba generando dependencia, aplicando este modelo desde la posición de dominio de Bélgica respecto al Congo en cuestiones de cacao hasta el rico frente al pobre, quien trabaja en un puesto de joyería para ganarse la vida, gracias a que lo que él no tiene es lo que posibilita al otro comprar las joyas que le dan su empleo.
La derecha en esto es respecto a su posición frente a la riqueza algo difusa, al menos en apariencia. La derecha ha sido siempre identificada con el conservadurismo, pero a mí cada vez más me parece todo lo contrario, la derecha no conserva, posee lo que sucede.
Durante la Revolución francesa, era conservador aquél que abogaba por el antiguo régimen frente a los cambios ilustrados. Para combatir dicho modelo crearon el concepto “nación”, como respuesta que pudiera aglutinar unas filas contundentes frente a un Napoleón que lo ganaba todo, y que podía seducir fácilmente a los campesinos con sus principios de igualdad. Así, pasaron a ser quienes defendían el modelo nacionalista cuando ya se había impuesto el capitalista, principal rival del feudal.
Ahora vemos cómo quienes dicen ser de derechas (o quienes lo son, aunque digan que son de centro o de izquierda), están dispuestos a dar la cara y poner el culo en Europa. Aceptan las mayores humillaciones para todo ese pueblo y nación en el que no hace tanto creían (y siguen creyendo y queriendo creer en un súmmum de incoherencia) con tal de agradar a Europa, de no salir fuera de su proyecto. Piensan antes en Europa que en España. Los franquistas que les dieron el poder hoy en día les darían un tirón de orejas, o no…
Seguramente no se lo dieran, simplemente porque eso que se llama conservadurismo no es una cuestión de tradiciones o ideas antiguas, es una forma de conservar el poder, de la manera en que sea, la época que sea. Se trata de coger bien cogido el poder y no soltarlo, se trata de una postura rastrera para traicionar cualquier principio que llevara anteriormente al paso en el que estoy y así asegurarme el siguiente. Si no, no podría entenderse tanta pluralidad en los partidos de derecha, desde neoliberalistas hasta franquistas, ambos están de acuerdo en que estaría de puta madre ser rico, una vez en la vida (en el caso del miserable que quiere ser señorito) o todo el tiempo que se pueda (en el caso del señorito que sin hablar inglés hace negocios con Europa).
Es falta de inteligencia, y más grave, falta de sentido común lo suyo. Una codicia tan ciega que con tal de lograr sus propósitos es capaz de aglutinar a neoliberalistas (enemigos de la ética) con franquistas (defensores de la moral, de la suya) o de querer expulsar a los mendigos no ya de la ciudad, sino de este mundo, es para mí un claro síntoma de deficiencia mental. Hablando este tema con un amigo, yo le propuse que mi primera medida si yo tuviera el gobierno, sería coger a toda esta pobre gente e internarles en un psiquiátrico, después de expropiar sus riquezas y repartirlas con quien las necesitara más que ellos sus lujos.
Sinceramente, habría que reeducarles.
Sinceramente, habría que reeducarles.
Ana Botella tiene un grave déficit mental, cree que la cuestión de la contaminación es algo que ha de debatirse en clave económica, su cabeza de simio alucinado con las estrellas no entiende que no se trata de una cuestión productiva o económica, sino que quiera lo que quiera ella, está perjudicando al resto de la humanidad, incluidos a sus hijos, que por lo que se ve, han heredado su prolijidad mental y tampoco le dicen nada.
Esta pobre gente da lástima. Creen que si pagan por algo, tienen derecho a ello, están tan enfermamente metidos en un mundo humano hecho por humanos y circunscrito a lo humano (en el sentido más finito y mundano posible) que no entienden que si se dejan la luz de su casa encendida toda la noche, por mucho que “si me da la gana yo dejo la luz encendida todo lo que me salga de los huevos porque para eso la pago”, el pagar no da derecho: son tan sumamente pobres intelectualmente que no se han dado cuenta de que no viven solos, que el planeta no es infinito, que hay personas que como consecuencia de su orgulloso derroche, viven con mucho menos que ellos, y que por cierto, no tienen por qué aguantar su codicia e irresponsabilidad, y posiblemente tampoco su falta mental.
Estados Unidos es la patria de los imbéciles, salvando por supuesto las excepciones, de las que me alegro. Estados Unidos es como darle el mundo a un tonto: la libertad va de la mano de la responsabilidad, porque si no, no se es libre, se es esclavo de las pasiones y opresor de la libertad del resto, pues bien, Estados Unidos, la patria de la libertad, carece de responsabilidad. Va por el mundo libremente sin ocuparse de la responsabilidad de sus actos, y así les va, son los primeros hombres libres a los que la humanidad no tiene como modelo, sino como temor y repudia. Los primeros hombres libres que dan asco, por no ser responsables.
Y en ese sentido, Estados Unidos es el país más conservador de todos, en la medida en que la libertad no es más que una palabra para adornar la bandera que clava en un nuevo país, y que se agota cuando se trata de que otros la ejerzan. Libertad en Estados Unidos no es un ideal, es una justificación, lo mismo que ocurre en toda forma de conservadurismo.
Querer eliminar a los mendigos es una falta de sentido común, refleja un pensamiento en el que el sujeto no se ha percatado de los requisitos más primarios de la inteligencia, como que él es un humano entre humanos, y que los humanos mueren, que están sometidos a un orden más grande que ellos sin el que ni siquiera existirían y que les condiciona de tal manera que en su caso ha superado a la preciada inteligencia humana (y animal) que les hace conscientes de ello. Pero en su caso, parece que una falta de oxígeno en el parto, les privó de estas conclusiones de las que cualquier animal nacido podría dar cuenta.
Esto se manifiesta hasta tal punto que en the Walking Dead de un numeroso grupo de personas, la mayoría que sobrevive es blanca. Sólo un adulto negro y uno asiático fueron capaces de sobrevivir en una situación extrema de existencia. Ni siquiera una mujer negra, un indio o un musulmán fueron capaces de sobrevivir donde hasta dos niños blancos sí lo hicieron. Así que su estirpe morirá mientras que la del hombre blanco quedará garantizada.
No es casual en mi opinión la cantidad de películas, libros y anuncios provenientes de Estados Unidos inspirados en situaciones apocalípticas, y a mi juicio no es más que una manera de concienciarnos de un final al que la imbecilidad parece llevarnos, y que por cierto es planteado casi como algo ineludible: por lo menos son coherentes con su estupidez, y reconocen (seguramente sin ni siquiera planteárselo) que no van a ser capaces de superar su imbecilidad y con ella, su codicia.
Pero al mismo tiempo, se ve también por qué panorama estarían ellos dispuestos a apostar: el de los estúpidos blancos que gracias a su libertad ejercida con una total falta de responsabilidad plantean un panorama desolador donde sobrevive quien definitivamente renuncia a la segunda para no perder la primera, y así, como de casualidad, hacen un círculo con el canuto con el que llevan siglos matándose.
Creo que hasta una sardina se hubiera dado cuenta antes.
Genios.
El sueño y el poder
Las revoluciones a las que podemos aspirar hoy en día parece que no dependen de nosotros. Tenemos que conformarnos con revoluciones varias que ocurren en mundos ajenos a este, que es donde nos interesa que sucedieran: la revolución en el “mundo de los dentífricos”, la revolución en el “mundo antiarrugas”, la revolución en el “mundo del cabello”. Algunos predican con el ejemplo y se tiñen el pelo de verde, se peinan desgarbadamente.
Foucault hablaba de que existe el “poder duro” y el “poder blando” de toda fuerza de poder a la hora de ejercer su fuerza sobre el individuo. El “poder duro” sería lo que todo el mundo adivina, que es la represión violenta, de cualquiera de sus maneras, aunque bien podría incluirse la violencia sistémica que padecen la mayoría de los seres humanos en todas las partes del mundo: la miseria es una forma de “poder duro” en mi opinión, pues implica una forma cruda de vida.
El “poder blando” es más sutil, y es todo el aparato que se comporta de manera cotidiana y fluida, determinadas maneras de hablar, determinado vocabulario, determinados prejuicios, determinadas reflexiones superficialmente palpables, etc. Es todo ese lenguaje que se emplea en la tele, en resumen es todo lo susceptible de ser oficial, lo que por supuesto no incluye el “poder duro”. Dentro del “poder blando” entra todo método de convencimiento no violento, sino convencional y conveniente a los ojos democráticos.
El convencimiento blando se da a través de los medios de masas, y los medios de masas son cincuenta por ciento contenido cultural (en el sentido de que construyen una “cultura”, aunque hasta esto es discutible, y por ello no me refiero a ella en el sentido en que sea una cultura que cree conocimiento, saber o arte) cincuenta por ciento anuncios. Entre los dos, una simbiosis prácticamente completa confluye en una manera de ver y plantearse el mundo, y esa manera nos quiere resignar a la idea de que la única revolución a la que podemos aspirar está en el “mundo de los dentífricos”, o a lo sumo, una que vaya de la mano de telefónica, cuyos anuncios se parecen sospechosamente a las asambleas de aquél 15 M que nadie escuchó porque hablaba al mismo tiempo y en el mismo lenguaje que los opresores: el oficial, y que por cierto proponen una tarifa a 15 cént/Minuto para establecimiento de llamadas.
Gracias Telefónica, allí donde los políticos no escucharon al pueblo, tú le escucharás y entenderás, y le ofrecerás la democracia en el “mundo de la telefonía”.
Va pareciendo poco a poco pero cada vez más que los políticos no son capaces de escuchar y tomar medidas para el pueblo, y casi proporcionalmente va viéndose cómo grandes empresas van ofreciendo cada vez más un modelo de pertenencia a un proyecto común empresa-consumidor, con el que aparentemente ambos salen beneficiados. Casi dan ganas de quitar a estos políticos incompetentes del medio y dejar que nos gobiernen grandes corporaciones, cosa que no está tan lejos de la realidad, y si hay alguien tozudo contra este tipo de razonamientos, me sobra con el caso de los gobiernos tecnócratas.
En cualquier caso, ¿qué habría de malo en que nos gobiernen economistas? No habría nada de malo si fuera cierto el planteamiento que los economistas últimamente metidos a filósofos (cuando les interesa le dan voz a lo abstracto) achacan a la naturaleza humana: que el ser humano es egoísta por naturaleza. Si esto fuera verdadero tampoco lo aceptaría, aunque bien es cierto que sí es muy conveniente para convencernos de que quien está arriba sabe mejor de qué va la vida, es un triunfador que ha sabido lo realmente importante: la eficiencia, aunque sea para hacer el hijo de puta y pisar cabezas. Esta teoría se denomina "darwinismo social", y ya fue apoyada en su tiempo por gente como Rockefeller, y ya fue rebatida en su tiempo con un simple argumento, que es que no han llegado ahí en la mayoría de los casos por ser los mejores en el juego, sino por trampas y atropellos. Y como pretenden convencernos de que el ser humano es malo por naturaleza, si nos lo creemos nos plantearán el siguiente paso, que es: y ahora que hemos visto que cada uno tira por lo suyo, la política no puede permitirse el lujo en su carrera de eficiencia un lastre como el de la ética (que es la mayor falsedad que se ha inventado en contra del progreso, dirán), y por tanto hay que emprender el nuevo cambio: política – ética = economía.
Y economía por cierto exclusivamente neoliberalista, ya que no se enseñan otros modelos en las universidades, lo que es igual de absurdo que estudiar sólo a Platón en filosofía, sólo el modelo biológico de Darwin en biología, o sólo modelos euclídeos en matemáticas.
Es bastante gracioso ver cómo por un lado las empresas tratan de ganarse nuestro favor y fidelidad en un mundo que según su planteamiento, parte de una base egoísta donde sólo los espabilados triunfan. Es gracioso porque ellos han triunfado, pero independientemente de eso, te ofrecen “buen rollo” en un mundo hijo de puta. Por otra parte, lo compaginan con una estrategia consistente en hacerte pensar que tú eres parte de ese barco, igual que uno puede ser del “Atleti”, ahora también puede “ser de la Mutua ”, o “ser de Orange”, les encantaría conseguir una adhesión y fidelidad incondicional (por ser puramente irracional) a sus marcas, las cuales “hablan por ti”: conforman tu identidad.
La diferencia entre la filosofía y la sociología es que la segunda basa su aspiración en una base más funcional y real, que en muchos casos suelen ser los datos. La respuesta a por qué sociología y psicología han sido de mayor interés por estas dos ramas del saber está en que pueden manipularse más interesadamente que la filosofía, de la que nadie ha conseguido hacer ciencia. Tampoco de las segundas, pero unas buenas probabilidades hacen más sugerente lo que uno quiere hacer pensar, al contrario que en un argumento, que por muy convincente que sea, necesita condiciones previas para entenderse, y que precisamente son las que aprovechan los economistas para colar sus argumentos tipo “el hombre es un lobo para el hombre” que parece ser la única enseñanza aprovechable de la filosofía, y que parten de una base que ellos mismos han creado para después utilizarla como apoyo para un modelo humano que quieren hacer creer.
En apoyo a esto, y precisamente por basarse la sociología y la psicología en datos reales sobre personas reales, y hacer un estudio del humano sólo en clave histórica, esto es, atendiendo a las circunstancias temporales, se las puede malversar haciendo una psicología y una sociología de consumo en una época de consumo. No sorprende mucho ver ciertos tipos de psicología que tienen como interés el hacernos creer cosas del tipo: “se ha visto (no se ha demostrado, pero se ha intuido) que cuando una persona ve un defecto en otra y le molesta es porque ella misma lo padece”, esto es, por ejemplo ve a un charlatán y dice: qué barbaridad, cuánto habla este señor, pero en el fondo está diciendo: no me deja hablar a mí todo lo que quisiera.
Esto aparte de ser un ejemplo real de la psicología de consumo hobbesiana, donde se quiere hacer creer que el ser humano es malo por naturaleza y egoísta, está basado en el libro “365 ideas para cambiar tu vida”, de Francesc Miralles, y por cierto, se basa en un argumento rabiosa y desvergonzadamente falso y parcial. El título sin embargo y en concordancia al punto de vista del autor y de una sociedad de consumo que prescribe una psicología de consumo, está bien puesto, pues con “observaciones” de este tipo podemos construir una sociedad que necesita cambiar de vida, a la que necesitamos cambiar su manera de ver las cosas si es que todavía le quedaba un poco de inocencia.
Este libro me viene bastante bien para hacer entender el caso, y concretamente a partir de este ejemplo: si yo veo que alguien habla demasiado, no es que yo vea que no es discreto y que yo no obraría conforme a como lo está haciendo él (y por tanto es que soy discreto), sino que en el fondo, por mucho que yo considere que no es el otro una persona discreta, lo hago porque yo estoy deseando hablar y él me está coartando un vicio que ejerce el otro el cual me molesta porque yo también lo tengo y no puedo ejercerlo.
Esto es, no hay virtudes, hay eficiencia en la competencia. Quien hable más no es por ser un maleducado, sino porque su vicio se impone en una sociedad viciosa, si quisiéramos hablar de virtudes, sólo cabría hacerlo refiriéndonos a la eficiencia/fuerza para ejercer un vicio que la sociedad quisiera también efectuar.
Por lo tanto, y con este sencillo argumento, la falta de virtud acaba trastocándose en falta de vicio, y viceversa.
Pero si alguien quiere darse cuenta de a dónde lleva esta dinámica que vea “9 reinas”: siempre hay un pez más grande, y a veces hay justicia en el mundo, cosas que se escapan de su planteamiento.
Así las cosas, las enormes y desastrosas consecuencias de este planteamiento pueden resumirse con un anuncio que estos días puede verse en las estaciones de tren y que dice bajo una foto de Julio César, ese gran genio del poder hijoputesco: “Si no te recuerdan, no importa lo bueno que hayas sido”. Y es que vivimos en un sistema que promete la felicidad, pero cuya supervivencia depende precisamente de que no la consigamos, y así poder vendernos más.
Una de las últimas razones que el ser humano ha visto como una traba en su camino hacia la felicidad es la moral, ya que está empezando a hacerle pensar si valdrá la pena todo el sufrimiento al que condena hasta al ochenta y siete por ciento de sus prójimos sólo a cambio de lo que realmente nos ofrece este estilo de vida, que es una revolución el “mundo de los dentífricos”, en el “mundo de los seguros”, o un móvil nuevo cada año.
Allí donde podría empezar a darse cuenta por fin de que no merece la pena, se le convencerá de que eso lo piensa porque el altruismo es un vicio incompatible con la felicidad a la que aspira, y por tanto, ha de desecharla sino quiere pecar del vicio de ser un idealista.
Pero se les podría contestar: si los ideales repugnaran a este mundo, como pretenden hacernos creer, ¿qué hacemos creyendo en el máximo ideal que nos vende un imperio de humo: la felicidad?.
¿Por qué darles el gobierno a las empresas si viven de que no lo alcancemos nunca?.
Los perros de Amundsen
¿Cuál es la finalidad del Estado? En mi opinión, y de acuerdo con Platón, quien ya sostuvo esta tesis hace dos mil cuatrocientos años, la finalidad del Estado (en general, de las leyes) es proteger a los débiles, ya que los fuertes no necesitan ley que los proteja: son fuertes, pueden hacer prevalecer su fortaleza, así que frente a estos fuertes que pueden ejercer su fuerza contra el resto, la ley ha de ponerles en su sitio. Ojalá este planteamiento estuviera en las antípodas de lo que sucede en la realidad, pero las antípodas en general ya están pobladas también de nociones contrarias a lo que aquí sugiero, como resume bastante bien Javier Krahe en su canción “las antípodas”.
Me gustaría preguntarle a los presidentes de algo tan preciado como el gobierno de un país (Platón decía que habían de gobernar los mejores) cuál es la finalidad del Estado. Me encantaría saber la respuesta de estos grandes intelectuales que han ganado con su saber un puesto que les permite obrar sobre el futuro de millones de personas, pero creo que no entendería su respuesta, pues ellos son grandes pensadores lejos de la estupidez de la clase baja. En cualquier caso, visto como ejercen sus gobiernos, parece ser que para ellos el Estado tendría como finalidad entregarle el gobierno a los fuertes, pero no en todos los campos, habría que disolver el Estado e ir cediendo paulatinamente el gobierno en todos los aspectos, educación, sanidad, cultura, etc. Menos en uno, que es la seguridad. Evidentemente existen guardias de seguridad, pero no me refiero a estos, me refiero a las fuerzas de seguridad del Estado, estas deben seguir en manos del Estado para seguir defendiendo los intereses de los fuertes con la ley en la mano, y para que estén contentos y no protesten, sus sueldos ha de estar en manos de un Estado, que en este sentido, ha de ser solvente, gracias a los contribuyentes que pagan a unas fuerzas de seguridad para que les repriman y contengan en su pretendida marcha hacia un botín que les están robando en la cara. Hay que eliminar al Estado de todos los frentes menos de uno, que es el de la violencia legítima que los policías pueden ejercer gracias a la legalidad del Estado.
En último término este es el objetivo del Estado neoliberal en que nos encontramos. Como ilustración a esto valga decir que Rajoy en un gran arranque de justicia y virtud ha decidido no convocar más oposiciones que no sean para fuerzas del Estado: la que nos viene encima… Pero tranquilos, no todos podemos meternos a policía, en gran parte porque ya hay muchos y porque va a haber más, y alguien tendrá que delinquir. Paradójicamente a lo que el progreso nos auguraba, cada vez hay más policía, cuando se supone que el progreso, de la mano de la civilización, traería la disminución de la delincuencia. Pero qué se le va a hacer, parece que no ha sido así, o no puede aceptarse que así sea y que por lo tanto no haga falta tanta policía…a no ser que vivamos en una época en la que no es que todo lo que no esté prohibido esté permitido, sino que todo lo que no está expresamente permitido está prohibido.
Ah bueno, entonces sí hacen falta más. Igual que más policías, también hace falta una reforma laboral, hace falta flexibilizar el mercado, liberalizarlo, hacerlo más líquido, y como eso todo, hay que liberalizarlo todo, porque esta crisis surgió como consecuencia de que los fuertes tenían poco y había que darles un poco más, por eso hay que liberalizar más todo. Pero no, un momento, todo no: en esta crisis hay que liberalizarlo todo para que vayan mejor las cosas, todo menos Internet. Cuando decían que había que liberalizarlo todo yo pensé: “bueno, por lo menos así liberalizan también Internet y todo va a ser un flujo continuo de información”, pero no. Liberalizarán todo excepto Internet, que hay que irlo atándolo bien atadito.
Vale, entonces todo liberalizado, menos las hostias, la información y la cultura.
Yo, que estaba esperanzado con que el nuevo modelo que estaba surgiendo en Internet, ese que hacía que los usuarios se beneficiaran de programas gratuitos gracias a que las empresas pagaban por anunciarse, y de ahí era de donde sacaban beneficio los programas, yo que creía que por una vez en la vida la cosa iba a ser tan paradójica que al final fueran las empresas quienes financiaran nuestros programas gracias a su codicia, hoy veo como tampoco será así. Hoy de nuevo veo cómo funciona este sistema económico, como una trampa.
Hace poco echaron un documental en la 2 que preguntaba a diferentes economistas sobre si la economía era algo racional o irracional, si sus mecanismos eran coherentes con la realidad. Había opiniones para todos los gustos. Yo más bien me decanto por plantearlo así: cuando un hombre tiende una trampa a otro ser, sea animal o humano igual que él, lo hace intuyendo la trayectoria que éste seguirá por naturaleza, por la coherencia que él lleva, y que es racional. Por tanto, desde el punto de vista del cazador su plan es racional en función de la racionalidad del cazado: si no, no tendrían éxito las trampas, pues se basan en la previsibilidad de los seres vivos.
Sin embargo, y esto ocurre en cualquier ámbito de la vida, si se analiza desde fuera la situación, se verá que el cazado, que aparentemente sigue un planteamiento racional, acaba obrando por ello contra sus propios intereses, en este caso no ser cazado, es decir, que el tener un comportamiento previsible y racional acaba convirtiendo su modus operandi en algo irracional, y como consecuencia, carne de trampa.
Ahora bien, en economía el cazador va dictando lo que en ese momento es lo recomendable, lo que está en auge en ese momento, lo que está de moda, sin lo que no se puede pasar, dónde están las inversiones más jugosas, etc.
El sistema va diciendo: el negocio inmobiliario es el más rentable, o esta empresa siempre gana, es decir, va plantando un camino racionalmente aceptable para su potencial presa.
Es decir, que la prensa, la publicidad, los políticos, y todos los pseudo “intelectusimios” que hay a su servicio, van diciendo qué camino hay que tomar, y cuando llega la crisis, vemos quién está en el agujero preguntándose: yo he hecho todo lo que había que hacer, ¿por qué ha pasado esto?. Pues en el fondo ha pasado porque sois simios bastante predecibles, y como a tales os han cazado, efectivamente, habéis hecho lo correcto, lo racional, pero en el fondo, habéis obrado irracionalmente por no haberos cuestionado hasta qué punto el camino que habéis escogido no era susceptible de ir enfocado a un interés ajeno, en este caso despojaros de lo poco que teníais.
Por esto mismo, no hay que echar la culpa sólo a los codiciosos neoliberalistas que tienen el poder del mundo, sino también a todos los que piensan que su camino es el único por el que conseguiremos algún despojo de los que ahora vemos que ellos comen a carrillos llenos.
No quiero decir con esto que se lo hayan buscado, digo que lo han encontrado, han encontrado lo que otros andaban buscando. Me recuerda esto a la mayor enseñanza que he adquirido después de leer el libro de Roald Amundsen que relata su viaje al Polo Sur, y es que aquél decidido noruego conquistó el Polo Sur gracias a sus perros, muchos de los cuales perecieron de agotamiento durante el viaje y sirvieron de carne para sus perrunos compañeros, pero la mayoría de ellos (veinticuatro en una sola tarde) fueron sacrificados a golpe de hacha para tres cosas, aligerar el gasto de un trineo al que sólo le faltaba llamarse Estado o Humanidad, servir de carne para sus compañeros, y servir de carne a los humanos a los que sirvieron fielmente, y que por cierto, fueron los únicos en salir en la foto en el punto exacto de 90º latitud Sur.
Todo eso para conquistar un terreno inhóspito.
Todo eso para conquistar un terreno inhóspito.
En resumidas cuentas, los noruegos llegaron los primeros al Polo Sur porque se comieron a sus perros.
Que sirva de lección.
Chocolate del Congo
Se le da mucha importancia a los objetos de una casa, se los sacraliza, pero no a todos por igual. No es lo mismo un objeto producido en Suiza que uno producido en China. ¿O si?. Hay un tema que salió recientemente en una conversación en la que yo no intervine, sólo me dediqué a escuchar, y era referente a la explotación infantil que determinadas grandes empresas del mundo ejercen. Lo que al principio parecía ser un tema en el que todo el mundo debiera mostrar su más enérgica repulsa, como dicen los políticos, acabó convirtiéndose en un tema sobre la calidad de la ropa en función de su procedencia. Fue así: un bando se posiciona a favor de sostener la postura que muestra cómo logran engañarnos haciéndonos pagar cara alguna cosa que realmente sale muy barata producir; la otra postura defendía que aún así, aunque los costes sean bajos, la calidad está a la altura en una marca.
Yo no intervine porque me parecía que el tema era la explotación infantil y no la relación calidad precio que hubiera en una ropa hecha por niños o no, me interesaba el tema de la explotación, fuera o no su resultado de calidad o se fuera a descuajeringar en tres semanas.
Pero ¿qué diferencia hay entre un producto cosido en China a manos de una empresa falsificadora y una zapatilla original por ejemplo hecha en China o en el país de al lado elaborada por una empresa subcontratada por Nike?. Sólo puede darse una: los materiales.
No creo que el proceso de fabricación difiera mucho, se hace en las mismas míseras instalaciones, con los mismos limitados medios y con el mismo número de trabajadores explotados. Así que la única diferencia pueden ser los materiales, ya que tampoco los modos de tejido por ejemplo pueden ser distintos. Si fuera un proceso sumamente complejo seguramente no pudieran encontrar a tantos trabajadores dispuestos a hacerlos y que por cierto, la mayoría son analfabetos.
Así que sólo queda libre la diferencia de la calidad de los materiales. Voy a suponerlo así. Conozco pocas materias primas que sean famosas por su calidad y que provengan de países desarrollados. Las joyas se venderán en Suiza, el mejor chocolate en Bélgica, los mejores móviles en Japón y los mejores coches en Estados Unidos, pero las esmeraldas son de Colombia, y el cacao y el coltán del Congo.
Ni Bélgica ni Suiza producen cacao. Simplemente es imposible por razones climáticas. Normalmente, países tan pequeños se amparan en compensar la cantidad de producción que pueden hacer (que en su caso es poca) con una calidad superior (que en su caso es mucha).
Pero el chocolate es bueno por el cacao que contiene. Lo bueno del chocolate suizo es el cacao congoleño, por mucho que se empeñen en vendernos la moto de que el cacao sabe mejor si se lo trata con cariño suizo.
Lo que hace que una materia prima se convierta en un buen producto es el proceso por el que pasa, pero si el proceso puede imitarse (como ya está sucediendo) sólo tiene valor la materia prima objetivamente.
Recientemente vi un documental que se titula “¿por qué los colombianos somos pobres?” que trataba de dar respuesta a la pregunta apelando a un problema de actitud de los colombianos. Decían que por ejemplo Japón o Suiza son países ricos a pesar de que no tienen materias primas por que son disciplinados.
Eso es falso. Ningún país, sin tener materias primas puede construir una industria. Actualmente la industria japonesa es puntera en temas de electrónica, pero en la medida en que la electrónica no siempre ha existido, habría que remontarse a otras causas si quiere saberse el origen de su riqueza. Ingenuamente el documental pensaba que un cambio de actitud llevaría a los países que poseen materias primas a un desarrollo nunca visto, y de hecho, les convertiría en potencias mundiales. Como si la posesión de materias primas fuera un factor que ayuda al desarrollo. Más bien supone una desventaja, te convierte en carne de explotación.
Si el Congo o Colombia tienen multitud de materias primas y a pesar de ello son países pobres es porque Suiza y Japón son ricos sin tenerlas. Bélgica no podría seguir siendo potencia en el cacao si el Congo empezara a producirlo, y debería olvidarse también de la confección de joyas Suiza, lo mismo que Japón debería hacer si quisiera mantener su industria electrónica. Así que el tema que aquí sale a relucir es: ¿se permitirá la coherencia entre posesión de materias primas de un país y su riqueza efectiva? No. Si el precio de las materias primas fuera justo, la situación lo sería, y lo que hoy es considerado un país rico, mañana se convertiría en un desierto. De la misma manera, ¿se permitirá la autodeterminación a los pueblos que poseen riqueza? No. Un gobierno honrado repartiría y educaría, aprovecharía su potencial.
Es casualidad que los países modelo de democracia sean aquellos en los que las transacciones se efectúan. Los países altamente industrializados dependen mucho de su industria, hasta el punto de que es lo único que tienen. Suiza es un país estable políticamente porque allí hay guardadas grandes fortunas. El Congo es un país del que se extraen materias primas, y su situación política es de las más inestables que un país en el siglo XX ha sufrido. La guerra genera confusión, con confusión las medidas son beneficiosamente desesperadas, con tranquilidad son prósperamente seguras.
Por tanto no es un tema de quien posea la industria tampoco, pues sólo hace falta ver como Nike fabrica en Malasia. La cuestión está en dónde poner los flujos monetarios y en asegurar en ellos un sistema políticamente estable, y donde haya materia prima, crear un río revuelto para los pescadores.
Y ahora, ¿por qué es más valioso un objeto suizo que uno chino?
Cada país está en su derecho de defender sus intereses, pero no todos los intereses son iguales, y por tanto, no todos los derechos son iguales, incluso algunos que aparentemente lo son, más bien son obligaciones (de necesidad y de naturaleza).
Bélgica no tiene cacao, el cacao que procesa es del Congo. Sin embargo se nos pretende convencer de que sólo los belgas o los suizos saben manejarlo de determinada manera, y no es así. Lo que ocurre es que Suiza tiene sus intereses y derecho para mantenerlos, mientras que el Congo tiene intereses que consisten en ejercer una obligación, de la que Suiza se aprovecha. Por tanto, un producto es más valioso que otro en la medida en que determinada imagen de él vaya asociada a ideas, y no a hechos. Hay determinada idea en que los suizos fabriquen chocolate, algo que merezca un proceso delicado, y esta idea sería parecida para resumir a la que hace a los israelitas entregar quinientos palestinos a cambio de uno sólo de sus ciudadanos.
Es simplemente una idea, la de que el chocolate suizo, a pesar de contener cacao congoleño, es el mejor del mundo, la de pensar que no sería lo mismo si no fuera suizo. Y eso es una marca. La calidad es la misma que pudiera conseguirse con los mismos medios, pero se paga más por una idea que trata de perpetuarse en un mundo perezoso, y este último adjetivo es muy importante.
El problema está para empezar en que mientras unos países tienen por interés adquirir más poder, y por derecho correspondiente el invadir o el explotar, otros países tienen por interés sobrevivir (lo cual en el fondo no es un interés, si no una condición previa para poder hablar de un interés) y como consecuencia tienen “derecho” a por ejemplo, vender baratas sus materias primas para conseguir pan para hoy. Una de las cosas malas de este mundo es su perpetuidad en la injusticia, pues si Estados Unidos tiene el derecho de comprar sus materias primas allí donde más baratas se ofrecen, es a costa de el falso derecho que tiene por ejemplo Perú de venderlas a dicho coste.
El caso de los países subdesarrollados no es por tanto un interés, si no un imperativo si quieren sobrevivir, y como consecuencia, no es un derecho, si no una obligación que aparentemente elige con libertad. Lo malo de este mundo es esta libertad que nos ofrece. Libertad en una teoría que pone las bases para una práctica que en la realidad la ahoga. Hay libertad, pero no medios para ejercerla. Antes existían medios para ejercerla, pero no la había.
Por lo tanto el tema de la libertad, no sólo como individuo, si no como conjunto o país es bastante discutible. De hecho es tan discutible por el hecho de que no se discute, porque en apariencia existe. Tiene que ver por tanto con temas como los de la revolución, pues si tenemos un sistema que nos deja ser libres pero no podemos serlo, parece que como históricamente se ha mostrado, la revolución es la solución, pero hoy todo es más complicado. Históricamente una revolución se hacía contra quien mantenía el poder para hacer de él un uso viciado, de sometimiento, por ejemplo. Se mataba al perro y se quitaba la rabia, tomábamos un poder que no gobernaba para nosotros. Sin embargo, el vacío de poder hoy en día es tan grande que tomarlo es complicado porque no existe. Una revolución política no tendría sentido para tomar esta política, porque esta política no gobierna. No podemos tomar por tanto el poder que nos disgusta precisamente porque no tiene poder.
Sólo cabría una revolución en el ámbito de un cambio de política, no en el de un cambio de políticos.
No tiene sentido por lo tanto una rebelión hacia los mercados, pues son poderes tan líquidos que es complicado por dónde empezar, y aún peor, por dónde continuar. Tienen un poder cuya fuerza está en que son ellos quienes poseen lo que funciona. La diferencia entre los grandes poderes económicos y los grandes poderes políticos es que estos últimos poseen un poder público que el pueblo puede adquirir y dominar, pero los primeros tienen un poder privado que está en sus manos, y por ello tan viciado, tan controlado, tan grande y tan influyente, que no puede ser controlado sin robárselo, sin destruirlo, y con ello, destruirnos. Esta pobre gente son enfermos mentales. Si a alguno de nosotros nos diera por beber todos los días o pasarnos horas jugando a las tragaperras se nos diría que tenemos un problema, una adicción, mas sin embargo, nadie habla de la adicción al dinero que estos enfermos mentales tienen. Y como son enfermos mentales con el mundo en sus manos, así nos va, mientras la mayoría no quiere el dinero porque sí, si no que quiere sanidad, educación, pensión, etc, quiere servicios (que evidentemente cuestan dinero). Esta gente está tan enferma que no se dan cuenta de que ya no se trata de economía o de dinero lo que están haciendo, si no de dignidad.
Pero al mismo tiempo, esta manera enferma mentalmente de ver el mundo y que es el cáncer de la humanidad ha hecho que el cuerpo humano viva para sustentarla y ya no sepa vivir sin ella. No hay revolución por dos causas, una porque la gente tiene miedo a las consecuencias que estos angelitos causarían sobre la economía, y dos, porque el ser humano es perezoso.
Tradicionalmente se ha discutido sobre si el ser humano es bueno o malo por naturaleza, yo creo que simplemente es perezoso: si hay un estado mundial que sea malo, el ser humano se convencerá de que es normal y renunciará, y si es bueno, vivirá en él simplemente. Actualmente impera el mal, y un mal tan consolidado que eliminarlo aparentemente no traería bien, si no más mal todavía. No es que sea el menor de todos los malos posibles, si no que es el mayor mal amenazando con más si se lo extirpa.
Y es que hasta los ricos han cambiado, no nos engañemos, la ciencia y el saber en general tradicionalmente la han hecho las clases pudientes que poseían tiempo para desarrollarlas. Pero hoy en día ni eso, hoy en día Jacobo, el hijo rico de la familia tal o cual se dedica a llevar su cara supurando grasa de esta discoteca a la otra, se dedica a drogarse, aprueba por dinero, va a las mejores universidades, y pierde tan sumamente la noción de la realidad que acaba siendo un saco de basura humano vestido bien.
Así que el documental sobre los colombianos que pretendía reducir el tema de por qué son pobres los colombianos es escandalosamente rastrero en el sentido de acusar de falta de actitud a los colombianos en un sentido, pero acierta de fondo en plantear el tema de la actitud para construir una economía.
Colombia tiene un problema con la actitud, pero con la actitud a la que se le condena. Los pueblos prósperos tienen un problema de actitud, y es pensar que ellos son el pueblo elegido, existencial y económicamente, y gracias a extender esta idea, logran sobrevivir.
Gracias a este problema de actitud la clave está en saber Suiza por qué manos pasa el chocolate para decir que sea bueno, pero por qué si una zapatilla es buena por la calidad de sus materiales o su proceso de elaboración, el chocolate suizo no lo fabrica una empresa suiza en Malasia.
Suiza tiene que hacer creer que Suiza o las manos suizas tienen una manera especial de tratar el chocolate, igual que Nike quiere hacer creer que sus zapatillas son mejores por su compromiso, por su sello, que lleva abalado unos buenos materiales y unos buenos procesos, pero lo que no entiendo es por qué no se alaba la producción malaya o los materiales de caucho de Senegal y acaba por alabarse el producto terminado sólo por tener determinada marca.
¿Por qué el chocolate suizo nos distingue?¿por qué unas Nike sin marca pasan a ser lo que son, unas zapatillas hechas en Malasia?¿Este tipo de preguntas y sus respuestas obedecen a actitudes que poseen determinados pueblos, determinado progreso, determinada disciplina?¿Este tipo de análisis no se reducen a decir que las cosas son así porque tal o cuál pueblo posee esta disciplina o este cariño con el chocolate por naturaleza?¿estas actitudes definen a un país, y sobretodo lo sitúan en un contexto que tiende a perpetuarse teniendo en cuenta lo perezoso de la actitud humana?
Los problemas económicos de los territorios no pueden reducirse a un problema de actitud, se basan más bien en un sistema de sometimiento nacido de una actitud que aquí sí, a quien le interesa pretende perpetuar. Los colombianos no tienen actitud, tienen que sobrevivir, no es que no quieran defender en condiciones sus derechos, si no que están obligados a no exigir otros de más altas miras, y los suizos tienen determinada actitud, que consiste en creerse y hacer creer que su chocolate, cuyo cacao es del Congo, es el mejor del mundo, pero al mismo tiempo, y precisamente por esto (por carecer de cacao) lo único que tienen es la actitud de querer hacer prevalecer esa actitud o diferencia, que es de la que comen, igual que Nike.
Cuando lo suizo es igual que lo congoleño, pero la única diferencia pudiera ser que se procesa en el Congo o en Suiza, hay que tirar de ideas para dar una diferencia. Posiblemente lo primero sería subir el precio para sugerir calidad (por ejemplo, si una onza de chocolate congoleño cuesta 1 euro, que el suizo valga 500)y luego argumentar que los suizos dan un trato especial al chocolate, basado en años de tradición. Esta frase es curiosa porque normalmente suelen argumentar que tienen años de tradición, pero al mismo tiempo que mantienen la vieja receta. En conclusión sería como decirte, déjame aquí que llevo mucho tiempo, perpetuemos lo que tenemos, sigamos pensando que los suizos hacen el mejor chocolate, ¡qué pereza sería esperar a que otro adquiera tanta “experiencia! mantengamos las cosas como están, mantengamos a un blanco haciendo chocolate negro.
¡Qué buenos los conguitos!
Me gusta cuando no rompes, porque estás como ausente
¿De dónde proviene éste ímpetu por conservar intactos los objetos? Seguramente de querer imitar la costumbre burguesa de lucirlos, exponerlos. Pero ellos tenían algo que “exponer”: una mesilla del siglo XVI o ese tipo de cosas. Pero nosotros no, así que nuestra pretensión es parecernos lo máximo posible a un catálogo de Ikea: una casa donde parece que no habita nadie. Que esté siempre perfecta. No hay mayor satisfacción que llegar a mi casa y verla inmaculada, como si nadie viviera en ella, perpetuamente virgen. Una marca en la mesa, una quemadura en una tela, son manchas imborrables en nuestras almas, y como parece cada vez más que los objetos también tienen alma, es un daño contra ellas. Será esto porque mancillamos lo puro de nuestra casa, la paz sin molestia que sólo pueden darnos ya los objetos, gracias a que están muertos, y su presencia consiste en estar ausentes.
Las madres se desviven por sus bienes en la casa, lo toman como algo personal, y aunque el espacio de un hogar así lo sea, lo interesante y lo que uno se lleva es el misterio de las personas, el recuerdo de lo que pasó, y no lo inmaterial de lo material, que ha de preservarse a toda costa. Una quemadura en una tela puede atestiguar una noche de felicidad, y hacernos recordarla toda la vida. Sinceramente, no creo que nadie el día de su muerte acabe considerando que este hecho tenga importancia, es más, puede que incluso se ría. Y si le da importancia, seguramente tenga un problema, que es ver un daño irreparable en las cosas que sólo están de tránsito en nuestras vidas, tan de tránsito, que si no estuvieran, tampoco sería para tanto, habría otra exactamente igual o que pudiera concedernos el mismo provecho, que es lo importante de las cosas. Lo contrario sucede con las personas y con lo vivo, son especiales e insustituibles, y su provecho es su presencia.
Pero seguramente no me equivoque si dijera que la misma persona que es capaz de armar un revuelo inmenso por un daño causado a sus preciados bienes materiales, no tiene mucho reparo en arrojarlo por la basura en el momento en que haya otro nuevo o más bonito (y menos práctico generalmente). Personalmente, de pequeño las cosas me causaban emociones, generalmente pena si veía que una cosa se me rompía. Llegué a llorar por una regla que se me partió. Me la imaginaba mirándome y diciendo mira lo que me has hecho, yo podría haberte servido. Nunca me ha gustado tirar cosas que pudieran valerme, y mucho menos romperlas aposta, cosa del todo común en la gente. Ya de grande me pasa pero no porque me den pena, sino porque se van a la mierda y algo que funciona sigue haciendo falta, siempre. Soy un príncipe que rescata princesas cuadradas que "ya no valen" con la entrada del TDT, en parte porque me jode que con ese invento también nos ¿obligaran? a comprar una nueva, con todo integrado aunque sigan sirviendo; un justiciero para un acuario roto del que el resto de componentes también se han desechado.
Y eso es lo que no entiendo. No entiendo el criterio que la gente sigue para decir esto sí y esto ya no. Una tela quemada sigue tapando, abrigando, cubriendo, aunque tenga ese tullimiento irremediable. Donde otra gente ve que hay que tirarla y comprar otra, yo no veo por qué, y si ellos sí, a lo mejor es que ya tenían ganas de comprarse una nueva. Pero en ese caso, la bronca que se le hecha al violador de lo mágico de “sus cositas” parece una excusa de su propio yo responsable contra su otro yo consumista. Parece una farsa que había que cumplir, donde no todo está muy claro, y por cierto donde más pasa es en navidad. En navidad nuestra euforia moral sube tanto que nos permite justificar un gasto excesivo. Parece que las broncas actúan como un réquiem de manicomio para despedir a un objeto, y que cuanto más se grite a la otra persona, más le mostramos a ese objeto lo que nos gustaba de el, como en los entierros, y cuando yazca en la basura, podremos estar tranquilos (moralmente) de haberlos hecho sentirse tan dignos que entiendan la urgencia de ser sustituidos cuanto antes.
Evidentemente, sus cosas uno las ha de cuidar, y tratar que le duren todo lo posible, pero debe entender que están sólo para servirnos, que lo personal sólo es aquello en lo que uno pone el valor íntimo. Si somos conscientes de que es un objeto con el que sí teníamos un vínculo por una u otra razón, es normal que se pase mal si algo le ocurre, o si se destruye, pero con objetos que se producen en miles cada día, y que están para usarse y seguramente por ello estén condenados al desgaste, no podemos sumarnos la angustia existencial que suponen sus “desgracias” a nuestra alma.
Esto no es una invitación al destroce de las cosas, sino una pretensión de limitar lo sagrado a las personas, y como mucho al vinculo con las cosas o con el resto de los seres, pero no a hacer de un objeto masivo algo personal y vital. Hay humanos que viven en un museo, donde los objetos han tomado el sentido del hogar, y por ello merecen respeto, casi inmunidad ante tu existencia. Hay casas en las que uno vive acojonado.
No hagas de tu i-phone un Dios, ni de Steve Jobs un mesías.
Mierda para comer
Cuando hacía uno de mis numerosos viajes en los trenes de servicio público con destino a la estación de Nuevos Ministerios, me percaté de un pequeño legajo a modo de anuncio o recordatorio con afán de alabar las virtudes tópicas de este popular transporte. En este cartel o legajo en cuestión, ponía una frase del tipo: por fin Cercanías llega a Sol; no es este el objeto de reflexión, si no la imagen que acompañaba al texto, que mostraba a una pareja, hombre y mujer, abrazados con un corazón compartido rotulado “Sol”. El hecho fundamental de la reflexión que me ocupa y que no pude evitar en aquel momento hace referencia a la apariencia de la pareja; si bien se trataba la empresa anunciante de una de las que mejor debiera representar al pueblo, más debiera querer acercarse a él e incentivar un nexo de complicidad entre este transporte y la clase “modesta” que lo emplea, en la fotografía se mostraba a una pareja (por decirlo de la manera que más cómoda y rápida resulte al entendimiento de quienes leen esto) aria, una pareja rubia totalmente y alguno de ellos incluso con ojos azules, sin entrar en detalles sobre su cuidado físico o indumentaria.
El tema es que cualquier persona que esté acostumbrada a andar por las calles de esta ciudad, y prácticamente de cualquier otra del país, sabrá que ese prototipo presentado en la imagen no coincide con el presente en nuestra tierra. En este país no impera lo rubio, impera lo moreno, lo castaño, cualquiera de las múltiples mestizajes o mezclas que quieran proponerse, pero casi siempre dentro de estos límites. ¿Qué pudo mover a quienes estuvieron a cargo de diseñar y difundir estos carteles por toda la red de Cercanías a elegir este modo de presentación nada señero con España y los españoles?, ésta es la pregunta que inmediatamente viene a nuestra cabeza, y para la que yo humildemente trataré de proponer respuesta.
España siente que es inferior respecto a sus vecinos, pero al mismo tiempo, ésta vista menospreciativa de ella misma, despierta su orgullo de querer equipararse al resto, camuflando con este objetivo incluso su identidad real para mostrar la que podría encajar con sus estados contemporáneos, renunciando en su esfuerzo incluso a la imagen propia, que es la misma que pretende que el resto acepte; esto es, pretende implantar un sucedáneo sustancial que esconda su verdadero contexto, y pretende que este sucedáneo, sirva de escudo para la aprobación del mundo. Mientras yo sea como soy, trataré de parecer tú, sólo si así me aceptas…Se dan multitud de hechos que vienen a confirmar esta tesis; estamos hartos de oír cómo en este país se justifica el que, por ejemplo en política (aunque bien podría extrapolarse al ámbito de los individuos en la sociedad de nuestro país) sea positiva una medida en función de que ya se haya aplicado en otros países que nosotros tenemos como modelos incondicionales. Constantemente se alude a que tal o cual medida ya ha sido tomada en el Reino Unido (donde saben mucho) y por lo tanto será también beneficiosa para nosotros (y a fiarse de lo dicho en la ínsula británica).
Corre el riesgo este tema de haber sido ya demasiado comentado, pues la tradición histórica lo atestigua, apostillando las constantes fugas de cerebros, el menosprecio de los talentos que luego tomamos como insignia, etc. y es que parece que en este país sólo nos aplaudimos cuando nos aplauden, sólo tomamos a Cervantes como genio cuando los otros países hacen previamente lo propio. Cualquier “españolito” medio se enorgullece, se le saltan las lágrimas a su corazón patriótico, cuando escucha que un dedicado investigador español ha descubierto un remedio para la salud, y no sólo eso, si no que lo ha hecho en el Reino Unido, y piensa - ahí está hijo, demuéstrales a esos ingleses lo que vale un español- sin saber que de nuevo y sin darse cuenta, este “españolito” está demostrando al resto de los españoles más bien lo que vale un inglés, pues sólo él vio su potencial, mientras aquí, y literalmente, nosotros sólo aplaudimos con el corazón henchido su éxito (que por cierto luego debemos comprar a la farmacéutica británica).
Siento decirlo así, pero la mierda se ha convertido en la obsesión de este país. Los españoles estamos obsesionados con la mierda. La mierda tiene una esencia compleja: debe esconderse, y sin embargo es de uno. Darse un paseo por las mañanas por el pueblo español de uno es salir con las orejas llenas de mierda. Las viejas salen de la panadería y antes de que cierren la puerta ya están diciendo: a saber que le hecha a los pasteles.
España tiene un producto propio, que es la mierda, y por la mañana la saca a airearse, este país hace un tejido con hilo de mierda y de él se cose. Por las mañanas tenemos un país y por la tarde nos venden otro. A la altura del mediodía, cuando llega la hora de comer, toda esa mierda se recoge y se guarda en casa, por ser mierda vieja, pero al mismo tiempo, nuestra, y por ello es por lo que se guarda hasta el día o el siglo siguiente.
Mi país no es racista, es hipócrita.
A mi país no le gusta que los franceses vean su mierda, pero si viene alguien de fuera a quien considere menos, no tendrá problema en echarle su mierda a la cara, y si no te gusta te vas a tu país. La mierda española para los españoles, no para los franceses, tampoco para los rumanos. Unos porque huele mal, los otros porque es nuestra, y que coño, hay que defenderla, que no nos la quiten.
Esa mierda vieja lleva siglos sobreviviendo, tomando asilo en las casas y los bigotes, en los tonos de hablar y en las miradas de superioridad, y luego se esconde antes de que llegue la democracia, porque “qué dirán los vecinos”. La mierda vieja llenaba las iglesias nada más llegar Franco al poder, y le tenía miedo a la guardia civil durante la república, la mierda española mató a Lorca por marica y luego se llenó la boca con sus meados de miedo, mucho más poéticos que cualquier simpleza de mierda de las que uno tiene que oír en este país.
Los dos ex alcaldes de mi pueblo son muy españoles, y van siempre con su existencia de simios amenazados a cualquier lado, defendiendo lo español porque la sopa de mierda española calienta sus miserias, y ambos tienen un Volkswagen, un Audi y un Mini Coupe, este último con la bandera británica en los retrovisores.
Y es que la mierda española prescribe el carácter alemán y el espíritu francés; así no resulta tan llamativa.
Sobre verdad y falsedad en sentido banal
La realidad es humillante. No sé ni por dónde empezar este escrito. La verdad no es seguida porque la verdad no es eficiente. Acabo de ver otro nuevo programa más que resulta ser vergonzoso en la televisión, la verdad es que cada vez que la enciendo se me apaga un poco más el mundo. El programa en cuestión se llama el “comecocos” y su finalidad es ponerle un esquema entretenido a la falsedad, como si ser hipócrita fuera un juego, y un juego bastante natural por cierto, y bastante divertido. Sucesivos concursantes tratan de argumentar sobre cualquier tema que se les proponga, y gana quien consiga convencer.
Se premia al sofista. Los sofistas, para quien no lo sepa, son los políticos atenienses que empleando la retórica eran capaces de convertir el argumento falso en verdadero, lo cual es contradictorio, y como tal cosa no puede hacerse, tiraban de apariencia, de confusión, de convencimiento. Para ello empezaban por relativizar la verdad.
Los sofistas mataron a Sócrates, por querer buscar la verdad. Por cierto que los sofistas eran los políticos de la democracia ateniense, así que fue la democracia quien mató a Sócrates, porque los borregos votaron a sus asesinos.
Hoy en día pasa igual, y los sofistas son los que salen en las campañas electorales, apelando a nuestras emociones y no dándonos argumentos porque consideran que somos los imbéciles que ellos se empeñan en criar, y que no nos hace falta más que lo que nos embrutece. Y de momento lo consiguen.
Los sofistas han ganado por goleada a lo largo de toda la historia: igual que los hijos de puta. La cuestión siempre ha sido la misma, la verdad trata de defenderse con el único argumento que le cabe dar: el verdadero. El sofista y la mentira por el contrario, tienen mil “argumentos” y millones de emociones a las que apelar porque la verdad sólo tiene un camino, y la falsedad tiene muchos. Ya lo decía Aristóteles.
Llegar a la verdad es difícil, quizás nunca lleguemos a ella, pero esto es una excusa para pensar, no para cansarse y pensar que el juicio de Belén Esteban esconde una gran verdad: no es lo mismo el sentido común que una cosa que todo el mundo entiende. Su razonamiento es primario, tanto que no es ni siquiera un razonamiento, y por ello habría que cuestionarse si todas las opiniones valen lo mismo: yo creo que no. Pero somos demócratas, ¿no? Hay que respetar aunque no se comparta. Pero esta paz demócrata huele mal, como un cadáver postrado durante tiempo, Pascal sentenciaría que hay un determinado tipo de paz que sirve para perpetuar la injusticia. Y esta es esa paz que tenemos, pero ¿qué le vamos a hacer? Es así, es así…
Llevo cuatro meses llamando a la policía: en mi calle han puesto una línea amarilla que nos impide aparcar en la acera, y lo acepto, o más bien me resigno, porque como siempre, no te ofrecen alternativa. Hay que aceptar por ser ciudadano y respetar la ley. De acuerdo. Pero llamo a la policía porque el ex alcalde de mi pueblo, en la calle de al lado deja su coche horas y horas y por allí no aparece nadie a denunciarle, no aparece nadie para recaudar, y a mi hermano le pusieron una multa en veinte minutos. Así que de hervirme la sangre llamo a la policía. Lo último que me han dicho es que si sigo llamando acabarán por no hacerme caso. Humillante. Más les vale que no exista el Dios al que dan gracias por chuparle la sangre al resto de la humanidad, porque si hay justicia en otro mundo, les deseo que estén jodidos.
Pero yo no creo en Dios, así que me toca contemplar cosas que claman al cielo y no encontrar ninguna respuesta en este mundo en el que la injusticia ya es algo natural, y en el que Galileo fue contracorriente.
Siento decirlo así, pero la sociedad nunca ha querido la verdad, ha tendido a exterminarla. La ignorancia tiene la naturaleza de no darle oportunidad a las cosas porque ni siquiera las concibe.
Es curioso, Platón iba en contra de lo que él llamaba poetas, gente que perpetuaba los mitos, y hacía creer a la gente en cosas que les sometían con la droga y hambre de la ignorancia. Si Platón levantara la cabeza vería que hoy en día esta sociedad que se va a pique con una sonrisa bonita tiene de la filosofía una concepción que podría resumirse como “el lado poético de la neurología”. Algo que sirve para coger los restos de Punset y darle un aura mística a los temas de los que habla para que se puedan seguir vendiendo libros de mierda que te ofrecen cambiar tu vida, volviendo a empezarla sin ti.
La filosofía no crea mitos, todo lo contrario, los odia. Trata de buscar en lo más profundo de las cosas lo que la gente nunca ha tenido ganas de preguntarse o no se ha preocupado en pensar. Extremoduro lo resume bastante bien, “volverse a gusano la mariposa”, eso es lo que trata de hacer quien reflexiona. Y quien desprestigie esto, que siga aleteando por la vida, preparándose para una invasión alienígena que nos quiera matar por estúpidos, pero acabe salvándonos por guapos.
Es curioso también saber que la idea de Matrix fue sacada de las meditaciones metafísicas de Descartes, quien se preguntaba si esto no sería un sueño y nuestro cerebro no estaría más que en una cubeta. Descartes dijo pienso, luego existo y salió de Matrix, o al menos se dio cuenta de la posibilidad. Quien no lo hace es un esclavo, y hoy especialmente y para más coincidencia, de lo virtual, lo que pasa sin que pase, como tu vida.
Lo que parece verdad y no lo es, una vida sofística, lo que no es real ni verdadero, pero me basta para creerlo. Esta vida tiene cierto parecido, y cada vez más con una mercancía, nos la venden, nos satisface y se acaba por ser efímera.
Como la mentira.
En ella viven los policías que reciben un sueldo por vender su objeción de conciencia (el derecho a no hacer profesionalmente algo que va en contra de convicciones morales personales), en ella viven los políticos que votáis y que deberían ir a la escuela antes que al senado, en ella vive la lengua de Belén Esteban, con sus razones tan frágiles como sus emociones, en ella vivís vosotros, ejército de cadáveres podridos que aspiran a oler bien para llenar un barco de mujeres y hartarse de follar hasta que se les caiga la polla, sin que se les ocurra meter un libro que leer en el fin del mundo. Eso es lo que quedará de nosotros para cuando alguien vea este mundo: una picha morada flotando en el mar.
Pero por encima de todos vosotros, quedará la verdad. Y eso no os lo llevaréis, porque a fuerza de despreciarla, ya os tiene repugnancia, pero nunca os dará el gusto de odiaros. La verdad es como el amor, desaparece si hay enemigos.
La verdad sobrevive a quien muere matando.
Presión social
El mejor ejemplo está en 1984 de George Orwell.
Eso hay que dejárselo a los políticos que como principal medida efectuarán una ampliación del aforo en la sala del concierto. Confiemos en esta paranoia que nos estamos montando.
La verdad sobrevive a quien muere matando.
Presión social
Presión social. En nombre del civismo, se nos insta a aceptar cada vez una más fuerte presión social, que nos impide desde fumar en los bares hasta jubilarnos a una edad decente. Tenemos que aguantar sistemáticas presiones a pesar de ser los que mayores sacrificios ejercen para levantar el país. Unido a que somos nosotros quienes principalmente sufrimos la crisis, también somos nosotros quienes más presionados se ven en el aspecto privado u ocioso de su vida. Responsabilidad en todos los sentidos, que a base de ser abusiva, acaba convirtiéndose en sometimiento. Un individuo, hoy en día no sólo se ve presionado hasta puntos absurdos en su vida, si no que además en nombre del “civismo” actual, se restringe también su derecho a explotar, a desahogarse, y con ello, se le obliga a tragar con todo. Nadie puede hacer lo que le de la gana, pero tampoco puede ni siquiera disponer de un espacio en el que la propiedad de su personalidad sea absoluta, ha de controlarse en todos los ámbitos de su vida, no posee espacio íntimo en el que pueda ser dueño, todo es controlado, apaciguado por la sociedad.
Una de dos, o se estalla, o el resultado es una continua castración, todos los días, a todas horas, uno se ve castrado como individuo por una sociedad que nos restringe hasta el punto de que parece estar prohibido todo, o que todo es prohibitivo si no disponemos de dinero para pagarlo.
Pues bien, hay otro hecho notable.
La comunidad, el concepto de vecino (entendido no ya como alguien con quien se tenga mucho trato, un trato de día a día, si no aquél que sabemos que comparte nuestro espacio por haberle visto varias veces por nuestras mismas calles) también están siendo aniquilados. Las ciudades son demasiado grandes, y no hay lugar para el “gobierno propio” entre los cohabitantes, ya que no puedo fiarme de que no haya un pedófilo en la casa de al lado; ni siquiera le conozco. La revolución en las comunicaciones vino de la mano de incomunicación, y las fronteras, a pesar de cada vez expandirse más, crean igualmente un surco más profundo entre nosotros. Por ello, la comunidad está siendo destruida paulatinamente, no hay lugar para un trueque amistoso, para un saludo inocente sin una relación previa, no hay nada fuera del Estado. Todo está bajo su control, las ciudades y sus individuos, y precisamente por prevalecer cada vez más este modelo, no hay sitio para una comunidad en la que sea el favor, la confianza, el altruismo y el socorro quien gobierne. Toda forma de vida ofertada es aquella que nos encaja en una ciudad y circunscribe nuestra patria a un circulo de amigos, y al mismo tiempo a un concepto que nos supera, el de “patria nacional”.
Este Estado en el que vivimos (el post moderno occidental) es omnipotente, puede llegar hasta la casa de uno y al mismo tiempo presentarse como contención justificada ante cualquier rebeldía nuestra (incluida la más pequeña de todas, querer ser dueños de un poquito de espacio, un sitio donde esté de más la versión oficial y pueda relajarme con mi gente).
Se está metiendo hasta tal punto dentro nuestro que cuesta mucho ser incluso dueño de uno mismo, estamos permanentemente “comunicados”, y donde antes teníamos un vecino que nos aceptaba como éramos, ahora tenemos miles de “amigos” que exigen la mejor cara que tengamos, que poseen su individualidad hasta tal punto de creer en su derecho al egoísmo y a no ser molestados por mis manías, mis locuras o mis estupideces. Todo es propaganda, no conviene aquello de "conócete a tí mismo", y por tanto, nadie aspira a ser dueño de uno mismo, soy "producto" de la sociedad en la que vivo, y por ello, también soy un inmaduro existencial, como defiendo en el texto de más arriba. Lo más parecido que he visto en la versión oficial del sistema a "conócete a tí mismo" es el lema de Powerade que dice "reinventa tus límites", que por cierto se acerca escandalosamente, y más tratándose de una bebida que ayuda a seguir haciendo deporte a otro lema que aunque pretendan camuflarlo, se ajusta más a la realidad: "revienta tus límites".
A todo esto, sólo hay una pequeña resistencia, que está en ese tipo de actos que constituyen los lazos humanos, lo cercano, y el tratar contigo de verdad y tratarte en consecuencia, el querer ser yo quien decida sobre la impresión que de ti tengo pero sin considerar que me estorbas, y viceversa, tratarte como otro que merece respeto, e incluso cariño, aunque tengamos nuestras diferencias, pero que aún así, no mereces que te obvie, que deje de asistirte si llegas a necesitarme. Los lazos humanos, la cercanía, es lo único que escapa al control del Estado y del poder, las leyes están pensadas para que no molestes a alguien para quien tú eres un anónimo y no tienes para él la mínima importancia. Por ello no debes molestarte, y por eso llama a la policía en lugar de salir y decírtelo directamente, porque no os conocéis y no tiene por qué verte, así que te tienes que aguantar.
Y dentro de los lazos humanos, quizás el más especial de todos (a parte del familiar) sea el del amor, que incluso es más importante que éste último. La familia hoy en día está empezando a degenerar, no en cuanto a su forma si no a la manera de relación que lleva entre sus miembros, pero ese es otro tema, y es precisamente lo que diferencia a sus lazos del amor. El amor trata de crear un mundo íntimo entre dos que precisamente están juntos porque se quieren, no porque se “aguanten”, en el caso de la familia, uno no tiene elección, los hermanos de uno y la madre de uno siempre serán los mismos, pero en el amor no sucede así.
El amor tiene forma limpia en ese sentido, si la abandona, deja de serlo, y por ello es que los amantes construyen una fortaleza íntima en la que puedan gritar bien alto que “ya no nos importa nada el mundo”. Y ahí ni el Estado, ni el sistema pueden llegar, ya que en el momento en que llegan, “el amor se fue volando por el balcón, a donde no tuviera enemigos” citando a Extremoduro.
Pueden, a partir de ahí hacer todos los intentos que quieran, el primero de ellos confundir a la gente con que Mujeres hombres y viceversa busca hacer que surja el amor, y en consecuencia crear toda una generación de babosos hijos putrefáctos de Eros, adictos al cohito más bajo, pueden relativizarlo, ridiculizarlo y decir que es una elección absurda amar a una persona cuando puedes acostarte con miles, pero todo ello será en vano, ya que igual que aparentemente el Estado y el sistema no dejan elección al hombre de hoy en día, la amistad, el cariño, el altruismo, la confianza o el amor, surgen si son verdaderos sin elección, especialmente el amor aparece sin opción, sin que quepa resistencia, sin presentar batalla.
El mejor ejemplo está en 1984 de George Orwell.
Así que que os jodan hijos de puta.
Callejón humano
Las religiones en principio fueron posibles explicaciones a hechos que no podían ser comprendidos de otra manera. Era un medio de explicación, pero posteriormente, se convirtieron en un fin en sí mismo. Es decir, primero se cree que hay un Dios que hace caer la lluvia y posteriormente se le adora. Primero es simplemente un Dios que hace que llueva, pero posteriormente creemos que teniéndole contento lloverá más.
De cualquier manera, algo que era un medio, fue transformado en un fin, y con este sistema religioso permanecimos durante unos cuantos siglos como manera predominante para sociedad y humanos.
Eso nos hizo por ejemplo en el caso de la cultura cristiana sacrificarnos por ser la otra la verdadera vida, y ser esta un valle de lágrimas.
Más tarde, como consecuencia del humanismo y los nuevos descubrimientos hechos que atentaban contra las Sagradas Escrituras, se fue resquebrajando el modelo, y ya en la Ilustración fue el hombre quien ocupaba el centro constitutivo de su propia vida, y que se basaba en su razón para dar explicación y crear con ella el paraíso en la Tierra. Dios pasaba a tener forma de leyes naturales.
Sin embargo, el ansia por crear un paraíso en la Tierra se centró con el tiempo sobre todo en solventar nuestras necesidades como humanos, y ello se hizo a través del invento de objetos para los humanos.
Esto creó una cultura que a través de los objetos que le facilitaban la vida, pretendía crear un paraíso en la Tierra.
Mas este sistema de crear un paraíso en la Tierra fue sostenido por el ansia de hacerlo posible para el resto desde las bocas de unos pocos que eran los que realmente se enriquecían poderosamente.
Así que para incentivar la perpetuación del sistema, comenzaron a crearse nuevas necesidades (y con ello hacer primero un infierno para luego venderte el paraíso) para que la rueda no parara. Al mismo tiempo, era importante difundir entre los habitantes de esta nueva tierra el hecho de que ellos eran únicos y que por ello tenían derecho a tener su paraíso en esta vida. Es decir, se incentivó el egoísmo y el egocentrismo hasta puntos desconocidos.
Pero la ciencia siguió progresando. El humanismo y sus descubrimientos fueron haciendo un universo cada vez más grande, dejando en una marginalidad más profunda cada vez al ser humano. El ser humano seguía teniendo su hueco en el universo, pero ya no era tan importante.
Pues bien, por un lado, la ciencia nos ha mostrado la casi evidencia de que aunque mañana uno de nosotros muriera, el mundo seguiría adelante sin nosotros. Pero por otro lado, el paraíso que hemos creado en la Tierra nos hace querernos tanto que no somos capaces de aceptar ya el que tras nuestra muerte el mundo siga funcionando.
Es decir, el egocentrismo ha sido llevado hasta tal punto que el nuevo ser humano no puede aceptar su muerte, pero intuye que así será y que de hecho, el mundo seguirá adelante sin él.
En este callejón sin salida nos encontramos actualmente.
Por ello no se incentiva la reflexión, porque vivimos en una especie de matrix en la que no debemos pararnos a pensar que el universo seguiría funcionando sin nosotros, debemos sentirnos la parte más importante de nuestras vidas (por encima incluso de las cosas que la hacen posible, incluso del universo) sin afrontar que va a acabarse en efecto.
Por eso también de hecho es tan importante la apariencia, el llamar la atención, el que nos recuerden…porque percibimos el carácter efímero de nuestra vida y basamos todas nuestras expectativas en ser recordados y ser queridos mientras duremos.
No se quiere que nos conozcamos a nosotros mismos, pues eso supone situarnos dentro del universo, y si efectivamente, así lo hiciéramos, nos daríamos cuenta de qué poco sentido tiene el sueño de hacer un paraíso en la Tierra que nos niegue la capacidad de morir sin tomarlo como una derrota imposible de aceptar.
Es impresionante de hecho por ejemplo contemplar los esfuerzos de algunos animales para sobrevivir, por ejemplo, las grandes migraciones de herbívoros en África o el vuelo contra viento de las grullas a la altura de la cima del Everest con tal de reproducirse, con tal de sobrevivir, o como se dice en el primer video del blog, la fuerza de algunos seres humanos para sacar a sus hijos adelante en condiciones verdaderamente duras.
Todas ellas son tremendas demostraciones de voluntad, por sobrevivir, por conservar la vida o cumplir con aquello que anhelan, sin embargo la mayor empresa acometida jamás en este planeta sea quizás la del ser humano que tiene miedo a morir, y que es tratar de sobrevivir a la muerte, donando toda la fuerza de una sociedad y un individuo a tratar de negarla u olvidarla, a tratar de superarla aunque intuya que esa sea la única resistencia que no puede vencer.
¿Madurez?
¿Qué es madurar?. Poner en su debido punto con la meditación una idea, un proyecto, un designio; adquirir pleno desarrollo físico e intelectual, según la Real Academia de la Lengua Española. Madurar sería según estas dos definiciones para la misma palabra (en un sentido hablando de madurar una idea y en segundo un individuo) dar forma a una idea, la de cómo quiere vivir uno y qué ha de hacer para conseguirlo dentro de sus posibilidades. Es decir, que en función de los propios intereses, y los propios condicionamientos que sobre uno mismo ejerce la sociedad (vista como algo ajeno y como algo de lo que soy parte al mismo tiempo) así como los hechos que se nos van presentando en la vida, uno madura una idea propia de vida, encajándola con el vivir, al fin y al cabo improvisando, que es como todos vivimos, pero madurando en el proceso.
Mas también dentro de este proceso, madurar uno mismo incluye ser consciente de los condicionamientos a los que está sometido, y en función de ello “apañarse” una vida lo más ceñida posible a la idea que tiene sobre qué clase de vida querría tener. Es decir, parte del madurar consiste en hacerse dueño de uno mismo en un entorno de “presión”(en un sentido neutro) y así ser más uno mismo, ser un individuo adulto y autónomo que sabe lo que quiere, sabe lo que puede y sabe cómo podría conseguirlo, es decir, “con las cosas claras” y casadas lo más posible con la propia personalidad.
Si hasta el momento se acepta lo dicho, yo trataré de argumentar el hecho de que madurar es cada vez más complicado en nuestra sociedad (que es la que aporta el marco para la maduración de un sujeto) y que de hecho por ello vivimos en una sociedad de inmaduros.
El problema empieza por la propia forma de autodenominar a nuestra sociedad, es una sociedad de consumo, SOCIEDAD de CONSUMO, es decir, aquel patrón que rige nuestra sociedad y que está entremezclado y entretejido con ella es el consumo, lo que quiero decir es que si una sociedad es de consumo significa que el consumo es la articulación que da marcha a esa sociedad, con lo cual, rige el aprendizaje, la forma en que hay que hablar y de qué manera ser, qué poseer, y lo que es peor de todo, a qué tender, qué prioridades establecer y de qué manera debo ejercer mi derecho a autorrealizarme en función de la “presión” social, y en todas estas variantes, el consumo es quien lleva la varita.
La publicidad a través de los potentes medios de comunicación hoy existentes, es capaz de hacer una continua presión de grupo sobre nosotros. El grupo está continuamente presente, en imágenes, en maneras de expresarse “millones de personas ya lo tienen…” “si no tienes un i-phone todavía…”, etc. Ya el hecho de que la publicidad nos trate como un anónimo nos da a entender la cantidad de gente a la que el mismo mensaje se le está trasmitiendo, y nosotros formamos parte del grupo que presiona a otro, y ése otro será luego parte de la presión, pero al mismo tiempo de convertirnos en persona de presión, nos convertimos en el protagonista que está por experimentar tal fuerza. Por poner una analogía para solventar dificultades, digamos que la sociedad de consumo crea un concierto de Rock and Roll continuo. Digamos que yo soy una persona que está viendo la televisión, y veo una incitación al consumo en ella, pues bien, esa invitación sería como una muchedumbre jaleándome para que me arroje sobre ellos y me mezcle entre todos. Ése es mi momento de gloria, pero resulta que la propia naturaleza del medio de comunicación que me está incitando a hacer eso tiene la virtud de hacer ese llamamiento a todo quien vea la tele y de manera en que no se sienta parte del público, si no como el protagonista que ahora debe tirarse, de tal manera que realmente no hay nadie abajo, es la inercia de pensar que me van a coger lo que hace que el espectáculo continúe, y lo mismo para el resto de los que yo considero público y que cada uno de ellos no deja de considerarse a sí mismo protagonista.
Objetivamente, no hay público, todo depende de que yo sea persuadido a acudir a un concierto en el que yo pensaba que cantaba, pero debo hacer de público respecto a otro que piensa que es él quien toca, y así sucesivamente.
Podemos intuir por tanto que si en una sociedad la inercia que prevalece es la de una confianza ciega en que va a haber “alguien ahí” que nos recibirá, en quien depositar mi confianza, que resulta ahora y siempre ser la sociedad (considerada ahora para simplificar como la suma de sus miembros), pero al mismo tiempo yo respondo con mi irreflexión sobre la confianza que el resto de miembros ponen en mí, aquí no madura ni Dios.
Si madurar consiste en lo anteriormente dicho, esto no es madurar. Y el resultado de una sociedad que confía en que halla alguien ahí que le acepte como individuo a ojos de los demás pero que por otro lado, cada uno de los individuos está ahí con la misma esperanza, todo se sostiene frágilmente, y sin posibilidad de pararlo.
El resultado de esta sociedad que espera la asistencia de público a su concierto y éste al mismo tiempo espera ser quien canta es que si no hay madurez, si no hay reflexión y si todo se basa en una confianza inercial y que no puede frenarse, esa confianza hace que no nos demos cuenta de que realmente, no hay nadie gobernando.
Esta sociedad que se sostiene por lo que sostiene no tiene quien la gobierne por el mismo hecho de que donde pensamos que habrá público por inercia, confiamos en que la política vela por nuestros intereses, que está también acudiendo al concierto, y sin embargo, ella es consecuencia de la sociedad, con lo cual, también quiere cantar y es jaleada para tirarse al público; sirve también como el mismo apoyo alucinado que nos hace pensar que ese espectador está ahí para verme, en el caso de la política para cogerme y defenderme, que para algo le he regalado la entrada con mi voto.
Por eso como ya todos sabemos no puede pararse el consumo. El señor Rajoy no deja de hablar de confianza, que no es otra cosa que decir que hay que seguir acudiendo al concierto aunque ya no quieras cantar. Y por supuesto, no hay que mencionar a Zapatero.
La política por así decirlo es el patrocinador del festival del yo y siempre yo.
Para verlo claro, pensemos en un sencillo ejemplo, ¿cómo es posible lo que ocurrió en Japón? No me refiero evidentemente al tsunami, si no a lo sucedido con la central nuclear. Imaginemos la vida como un anuncio, y seamos tan inocentes de pensar que habrá los típicos tíos que salen de fondo en el anuncio con batas e “investigando” para demostrarnos que son científicos y expertos, y acabaremos concluyendo que esa gente es quien toma las decisiones importantes, quien vela por que las cosas se hagan bien en el mundo.
Pues bien, ese comité de expertos no existe, y si existe, no ha hecho en absoluto su trabajo, o bien ningún caso se le ha hecho caso, pues yo sería sospechoso de falta de fundamento cerebral si le digo a alguien: 1) hay que poner una central nuclear en este país con riesgo de seísmos, 2) si hay uno en el mar generará un tsunami, 3) aconsejo por tanto, con estas premisas, ponerla en la costa.
No hay nadie gobernando. Esa central seguramente fue puesta ahí atendiendo a cualquier fin más rentable que la seguridad. En la medida en que cualquier "decisión" o "indecisión" de gobierno no persigue unos fines que concluyan dentro de los propios intereses de aquellos que han depositado en él su confianza, no hay gobierno, pues entonces hay engaño, la confianza depositada, cuando se va a buscar, no tiene a nadie respandándola. Pero seguramente, si no vamos a comprobar si hay alguien allí donde dejamos nuestra confianza será porque estamos tirándonos una y otra vez sobre nuestros fans.
En cualquier caso, bien sea por activa o por pasiva, el consumo como ya todos deberíamos saber no incentiva la reflexión, incentiva las emociones, el impulso, con lo cual si el consumo está entretejido hasta tal punto con la sociedad como para pasar a llamar a ésta “sociedad de consumo”, la irreflexión está entretejida con nuestra sociedad, y por tanto, si en gran parte la madurez de una persona consiste en dar forma por iniciativa propia y desde el pensamiento a una idea (en este caso la idea de cómo quiere vivir) vistos los condicionantes y esos condicionantes pesan de manera avasallante sobre nuestra forma de vivir, podemos afirmar que no vivimos un proceso de maduración, si no más bien un proceso de inercia. Y esto no basta sólo con decirlo del individuo, si no de toda la sociedad por ser ella la encargada de configurar lo aceptable que ha de tener un individuo. Pues ella es quien hace la presión sobre éste para que se integre, para que se haga adulto en función a un plan razonado por él mismo. La diferencia crucial consiste por tanto en una invitación a la madurez basada en la irreflexión, lo cual es imposible para llegar a buen puerto en la intención y funcionalidad de sociedad e individuo.
Esto está directamente con algo que Lèvi Strauss (el antropólogo) dijo ya hace más de una década) y es que la sociedad occidental se infantiza cada vez más, en la medida en que los patrones que hacían pasar de niño o niña a adulto dentro de una sociedad eran marcados por un rito, la caza de un león, la circuncisión, o cualquier rito hecho en la edad clave de la pubertad. Eso no ocurre ya desde hace tiempo en nuestra sociedad (en parte por la influencia de la Ilustración), lo que quiere decir que a ojos de otras tribus, el hombre occidental es un niño. Hoy en día, Bauman sostiene que esa especie de rito, y en concordancia con lo dicho hasta ahora, es el consumir. Antes se participaba en la matanza de un cerdo en el pueblo haciendo el acto simbólico de repartir la comida entre la comunidad, simbolizando que eras un individuo que podías ofrecerles sustento, colaborar en su supervivencia como grupo. Hoy en día no, esos ritos estaban configurados de manera religiosa, práctica o de cualquier otra manera.
Esto está directamente con algo que Lèvi Strauss (el antropólogo) dijo ya hace más de una década) y es que la sociedad occidental se infantiza cada vez más, en la medida en que los patrones que hacían pasar de niño o niña a adulto dentro de una sociedad eran marcados por un rito, la caza de un león, la circuncisión, o cualquier rito hecho en la edad clave de la pubertad. Eso no ocurre ya desde hace tiempo en nuestra sociedad (en parte por la influencia de la Ilustración), lo que quiere decir que a ojos de otras tribus, el hombre occidental es un niño. Hoy en día, Bauman sostiene que esa especie de rito, y en concordancia con lo dicho hasta ahora, es el consumir. Antes se participaba en la matanza de un cerdo en el pueblo haciendo el acto simbólico de repartir la comida entre la comunidad, simbolizando que eras un individuo que podías ofrecerles sustento, colaborar en su supervivencia como grupo. Hoy en día no, esos ritos estaban configurados de manera religiosa, práctica o de cualquier otra manera.
Y es que el pensamiento teológico tradicional de occidente (aunque no exclusivamente) atribuía a Dios las cualidades de un ser único, eterno, omnipotente, omnipresente, omnisapiente e infinito. Esas cualidades estaban sólo presente en el hacedor y “dueño” del universo, y sólo de él eran predicables. Pero ya no.
¿Qué tiene que ver esto? Pues mucho, puede considerarse en una sociedad la religión como regla a seguir para comportarse como individuo digno de ser considerado parte integrante: con esto no digo ni mucho menos que sea el único criterio posible. Podría ser también la razón, o culquiera de los dichos en el final del anterior párrafo, pero para no alejarnos tanto, pondremos a la religión, si bien por el siguiente razonamiento y por quien tendrá como protagonista, se verá que él puede sustituir todo criterio y ofrecérnoslo.
Actualmente, quien tiene esas cualidades atribuidas a Dios es el mercado. Está presente en todos los sitios. Es omnipotente, puede hacerlo todo y además sin rendirle cuentas a nadie, casi pareciendo que sus designios obedecen siempre a planes más largos que los simples mortales no podemos entender. Es omnisapiente en la medida en que se ofrece como solución a todo, y su aspiración es a ser infinito, pues su dinámica es la de un péndulo, que no es más que el sistema de inercia basado en la confianza ciega antes expuesto. Había regiones religiosas en las que otras cualidades humanas (como la razón) no podía completar, y por ello, tampoco puede hacerlo con relación ahora al mercado, pues se ha convertido en una pseudo religión. Algo inasible y de lo que no hay argumento que deba darse o que pueda entenderse.
Eso hay que dejárselo a los políticos que como principal medida efectuarán una ampliación del aforo en la sala del concierto. Confiemos en esta paranoia que nos estamos montando.
Todo nace en último término de una fe ciega en el mercado. El único cambio es que si antes nos abandonábamos a una inercia impuesta con la pretensión de alcanzar otra vida mejor, éste nuevo modelo ofrece un paraíso aquí cuya metáfora preferida es la de los dedos entre Dios y el hombre que nunca llegan a tocarse: eso hará a Adán seguirse estirándose, por supuesto, a ritmo con el ánimo del público.
El Witch
Ryszard Kapuscinski describe en su libro de viajes por África “Ébano” el concepto africano acerca de la explicación de una desgracia, explica cómo si ocurre una desgracia, como por ejemplo un accidente de coche, el occidental empezará por abrir una investigación que esclarezca las causas del accidente, y acabará determinando que se debió por ejemplo a que el coche tenía los frenos rotos. Entonces, esclarecido el asunto, cerraría la investigación, sin embargo, Kapuscinski comenta que para un africano la investigación no sólo no hubiera concluido, si no que no se había siquiera iniciado. ¿Por qué? Pues porque para ellos el que unos frenos rotos causara el accidente no es suficiente explicación, a aquella hora y aquél día multitud de personas habían cogido igualmente el coche, pero sólo una fue víctima del accidente. Aunque fuera provocado por una rotura en los frenos, de entre todas aquellas personas que igualmente cogieron el coche, a ninguna se le rompieron los frenos, con lo cual, la investigación no ha empezado; para los africanos es evidente que el asunto esconde un maleficio, que nuestro protagonista fue víctima de un conjuro en contra. La cuestión clave es saber qué clase de brujo está detrás del mal de ojo. Hay dos opciones, como nos cuenta el autor, una que sea un simple hechicero que se vale de objetos mágicos, rituales, pociones o cosas por el estilo para hacer su mal; entonces no hay demasiado de lo que preocuparse, pues la venganza fue consumada en la víctima del accidente, el mal era sólo contra él y ya está cumplido.
Sin embargo, existe una segunda opción, que el mal halla sido causado por lo que los ingleses llaman withc, que es algo así como el demonio hecho carne y hueso pero sin que se note. El withc esconde al demonio bajo la apariencia de una persona normal, no necesita motivo para hacer el mal, pues es su naturaleza causar daño. Yo mismo podría ser un withc aunque mis amigos pensaran que soy una buena persona, puedo causarles desgracias sólo con el pensamiento, no me hacen falta objetos mágicos, casi ni siquiera mirarles a los ojos, pues mi poder no entiende de lejanía, aunque quien quisiera huir de mi se fuera a Londres por ejemplo, yo podría hacerle el mal sólo con quererlo.
Pues bien, el etnocentrismo (el pensar que mi tribu es la buena, la correcta, en la que todos no sólo son humanos, si no además los más limpios, los más inteligentes y los más justos) mantiene a la gran mayoría de las tribus sin inquietud mientras estén entre los suyos, como dice el autor ellos piensan que “la vida sólo es posible entre personas buenas, y yo estoy vivo”, es decir, que los míos son los buenos y el hechicero, el withc y el mal que traen están lejos de mi choza y mi gente. Por supuesto, esto ocurre en la mayoría de las sociedades, casi todas caen en el etnocentrismo -refiriéndonos a que creen que su tribu es la buena y que por tanto está libre de mal-pero hay casos, como el que expone Kapuscinski, el de la tribu de los Amba, que no cree que el withc y el mal viva en otra tribu, si no que considera que habita entre ellos mismos. El panorama que se plantea como se puede deducir es bestial: las madres desconfían de los hijos, éstos de las madres, los sobrinos de los tíos y así con cualquier relación posible. Sólo habría que reflexionar levemente para imaginar la paranoia que esto supone, ¿quién me asegura por ejemplo que el hombre de quién estoy enamorada y del que espero un niño no halla metido en mi la semilla del mal, la que traerá el mal para mis seres más queridos? En fin, es una situación insostenible, y efectivamente, los amba están condenados a desaparecer, pues la desconfianza les lleva a disgregarse y formar nuevos grupos, pero no por ser menos y estar lejos dejan de creer que el withc sigue entre ellos, llevan la sospecha eterna del withc allí donde van. Si un amba encuentra una ramita partida en un camino, o una mosca muerta en la puerta de su choza, no saldrá, o se lo pensará mucho antes de hacerlo por miedo a que sea un objeto maldito que le afecte.
Es un caso en aparentemente excepcional, pero éste texto servirá en complemento con el que ya escribí “Sobre guerra y las consecuencias de la guerra fría” para demostrar que nuestra sociedad tiende cada vez más a compartir la concepción amba y seguramente su destino si seguimos por el camino que apuntan las cosas. Como breve resumen, en el texto que acabo de citar, me refería a como la Guerra Fría supuso una beneficiosa lección para las fuerzas de poder, que aprendieron que no es necesario tener una guerra en el sentido estricto y en el territorio propio para inocular en la cabeza de los ciudadanos la psicosis bélica. Las guerras tradicionales declaraban un enemigo, lo que hacía que debiera cesarse una vez que éste fue derrotado. La nueva guerra sin embargo salva este lastre al convertirla en eterna por no declarar explícitamente su enemigo, o hacerlo tan difuso que condene a estar en perpetua alerta y desconfianza. Si no hay enemigo concretado con el que acabar, no hay por qué acabar la guerra. El terrorismo, por ejemplo vino a ser una pieza muy valiosa; una fuerza hostil que ofrece suficiente justificación como para emprender acciones contra el, pero al mismo tiempo, una fuerza hostil que puede surgir en cualquier momento, en cualquier lugar, en el extranjero o en el propio territorio. Hay terrorismo para dar y tomar, hay razones para verlo en cualquier sitio (¿en una mosca muerta delante de la puerta?), quizás no, aquí el asunto se vuelve más sofisticado, por ejemplo, un sobre cargado de ántrax.
El pánico corre como una mecha. Pero al correr, igual de rápido que llega, se va. Cuando ocurrieron los atentados del once de Septiembre, surgieron una gran cantidad de reportajes en los que nos mostraban con cuánta facilidad un periodista se colaba en un avión con una navaja, un cortaúñas o ya no recuerdo qué objeto en concreto. Ellos vendieron eso como un motivo de pánico, algo así como : ¿quién nos asegura que no habrá más terroristas que se metan en un avión y generen una nueva masacre?, ciertamente nada, como nada impide al witch ejercer su mal, pero la incógnita no es esa. Sería lícito más bien pensar: si la amenaza es tan real como pretenden hacernos creer, ¿por qué en realidad no se han tomado medidas tan mínimamente coherentes que hubieran impedido la amenaza máxima que decían que nos acuciaba? ¿Cómo es posible que si es riesgo es real, las medidas para evitarlo no sean tomadas efectivamente? Quizás porque no existía; no existía al menos tanto como querían justificar. En cualquier caso, no se puede vivir pensando que el witch de occidente vive entre nosotros, y si así fuera, la solución de que cunda el pánico sin reflexión no nos llevará más que a la desaparición conjunta, hecho más fácilmente realizable en una sociedad como la nuestra que tiene cada vez más al individualismo, a enfrentarse sólo contra todos los males y demonios del mundo, sin consuelo ni descanso.
Como complemento a esto merece la pena recordar la estrategia descrita en el libro "vacas,cerdos y brujas" de Marvin Harris referente a cómo la Iglesia sofocó los movimientos que se iniciaron contra sus privilegios en la época del surgimiento del protestantismo. Es de una perspicacia inmensa y consistió en lo siguiente: estos grupos contrarios a los privilegios de la Iglesia eran verdaderamente uniones fuertes y con convicción, así que la Iglesia optó por acusar a uno de ellos de ser brujo o bruja. La gente, ignorante empezó a pensar: oye, y si este hombre o mujer que en apariencia era tan bueno ha resultado ser un brujo, ¿quién me asegura a mi que este que ahora tengo al lado no lo sea?. Con ello consiguieron no sólo la dispersión del grupo por desconfianza mutua entre sus miembros, si no que al propagar la paranoia de las brujas la Iglesia se convirtió para ellos en la única posible protectora. Con ello no sólo evitaron la amenaza, si no que reforzaron su poder y eliminaron a sus enemigos, recriminando a su vez a aquellos que algun día fueran en contra del poder eclesiástico.
David de María y Chenoa
La técnica del eslogan vacío contra el que nadie pueda ir ya es conocida. Autores como Noam Chomsky ya apuntaban de qué manera el “apoyemos a nuestras tropas” supone un mensaje realmente carente de sentido pero efectivo para lograr el efecto deseado, que no halla nadie en contra de tan “inocente” mensaje; ¿quién va a estar en contra de apoyar a nuestras tropas, quién desea su mal?. Quien estuviera en contra de este tipo de mensajes, bien podría ser señalado como un desaprensivo, como el propio Chomsky ya argumentaba, pero el juego va más allá.
De la manera contraria, teniendo un mensaje vacío, puede darse el caso de que no sea un desaprensivo quien esté en contra de ellos (si es que se puede estar en contra de éste tipo de mensajes), si no que un mensaje aparentemente vacío puede esconder realmente y de nuevo, una intención en él que tiende a deshumanizar más a quien lo asimila, un canto general a lo desaprensivo con un eslogan y un tono inocente.
Un ejemplo de ello es la música actual, los grandes éxitos propagados como una mercancía más, fabricada en masa, y repito, aparentemente con eslóganes o estribillos (en muchos casos ya se confunde, pues se ha hecho del estribillo un eslogan a base de repetición y asociación a quien o promueve) vacíos del tipo: “que yo no quiero problemas, que los problemas amargan”. Éste mensaje podría verse vacío de contenido, pues no viene a decir nada nuevo ni nada totalmente original, pues ¿quién de nosotros, qué humano quiere problemas? Ninguno, por norma general.
Sin embargo, éste mensaje que tras este primer análisis se nos muestra vacío, no lo es tanto si lo analizamos en su contexto, en éste siglo en que precisamente no sólo existen los problemas personales, si no además los problemas que derivan del conocimiento de la mala situación en la que por norma general se encuentra nuestro planeta y los seres que lo habitan. Éste eslogan o estribillo es una invitación a la deshumanización, a una actitud de pereza ausente de toda responsabilidad moral, invita al egoísmo y el pasotismo casi como un argumento emocional contra el que ninguna persona normal puede ir en contra, pero contra el que realmente, cualquier persona con un mínimo de conciencia y fibra emocional debería posicionarse en desacuerdo, por lo que de un eslogan con el que todo el mundo debería estar aparentemente de acuerdo, vemos que lo normal es no estarlo.
Sea como sea, éste estribillo no es más que un resumen vulgar de la coyuntura en la que andamos metidos justo ahora, justo en éste momento, la humanidad se cuestiona si realmente no haría "bien" en abandonar definitivamente el dolor producido por las miserias ajenas, si no hay que buscar un nuevo nombre para el egoísmo, un nombre más idóneo para vender la actitud que conlleva, que por fin nos permita seguir adelante hasta las últimas consecuencias, hecho que sólo nos impide el mínimo de moral que nos queda. Ésta canción no es más que una nueva metáfora del “déjalo morir con una sonrisa”, una nueva metáfora acerca del nuevo paroxismo de nuestras sonrisas, sonrisas cruelmente satisfacientes, el egoísmo que hace justicia con el confort de uno mismo al dejar el castigo a los demás. David de María, Chenoa, ¿cuál es el tema favorito del tercer mundo? "Killing me softly with his song", "me mata suavemente con su canción".
Sobre guerra y las lecciones de la Guerra Fría
Cuesta decir hoy en día exactamente qué puede deprimir a alguien joven. Nosotros, que hemos nacido con todo, con casa, con ropa, con caprichos, con tiempo libre, con oportunidades, con buenos padres, con psicólogos, con teléfono móvil, videoconsola, dinero, cine, cierta libertad sexual, navidades, abuelos, exentos de guerras, con dibujos animados, primos, sin emigrar, con democracia, con posibilidades y en definitiva con un futuro que se nos presenta al alcance de la mano, ¿de qué podríamos quejarnos?, efectiva y aparentemente, de nada.
Pero vayamos por partes.
En primer lugar, para quien quiera eso, debe saber que además de moralmente estar pagando un alto precio por tenerlo (llámese África, por poner nombre a un concepto que incluye no sólo pobreza, si no explotación, devastación, consumismo enfermizo que devora a otros, asuntos ocultos, doble cara de la realidad, la oficial y la que realmente existe, pasividad ante los abusos, provecho de ellos, genocidios, ignorancia, enfermedades mortales poco rentables, hambre, violaciones en masa, refugiados, injusticia, complicidad, traición súbita al mínimo respeto e incluso a la mínima compasión, exterminio y extinción de animales, robo, destrucción de culturas, territorios enteros en manos de intereses ajenos, contaminación localizada en territorios tercermundistas, etc.) además, no sólo en apariencia resultamos ser la generación que nuestros padres quisieron que fuéramos, si no que somos la generación que quisieron que quisieran nuestros padres que fuéramos.
Conviene señalar que el primer argumento, el que señala que nosotros vivimos bien porque ellos viven mal es en gran parte falso, pues no somos nosotros (población del primer mundo) los beneficiarios de las explotaciones efectuadas por grandes empresas, si no que son ellos mismos; roban pero no reparten.
En cualquier caso, en nada se puede dudar de la intención de nuestros padres de darnos el mejor futuro posible, pero todo lo contenido en el concepto África les fue oculto a la hora de vendérselo a ellos para que nos lo dieran a nosotros. Engañaron a nuestros padres. Y nosotros, no es que mamáramos, si no que nacimos y vivimos buceando en la marmita del engaño.
Más aún, aquella promesa que vendieron a nuestros padres con vistas a que fuéramos nosotros quienes la disfrutáramos, no sólo no fue transparente en las consecuencias que tendría para el resto del mundo (digamos para el 80% de la población mundial restante), si no que además ocultó que era viciosamente insostenible, y que cada esfuerzo que nosotros hagamos por seguir en esta vorágine, acabará por hacer más grave su desenlace.
Por poner un ejemplo asequible, si en la época de mis padres, allá por los años 70, ellos no tenían móvil ni tele, ni portátil, ni videoconsola, ni alimentos en masa, ni multitud de las comodidades que hoy en día tenemos, eso quiere decir que la fuente que hoy en día a nosotros nos las suministra, estaba intacta.
El coltán no había entrado en escena, por así decirlo, los Interahamwe, no habían tomado el control de minas de explotación de coltán en poblaciones aisladas; con ello, no había coartado la agricultura en la zona con coacción y resignación para los campesinos, que se veían obligados a trabajar para las bandas (que tienen complicidad de los soldados de las Naciones Unidas en la zona y las empresas que se lo compran, y que saben la situación), no había todavía una producción en masa de teléfonos móviles que hicieran tan jugoso el negocio de dicho mineral, no hubiera sido posible importar coltán barato, vender armas, favorecer con ellas a las bandas e incentivarles con ello a que se hagan más fuertes en su control de las minas, y así vuelva y siga el ciclo a completarse.
Esto quiere decir que el precio que nuestros padres pagaron por sumirse en esta locura ciega de ingesta humana, se les suministró con un interés exponencial, mayor consumo, mayor producción; menor coste de las materias, mayor cantidad de pobres, menor cantidad de tiempo, mayor poder de las empresas, mayor locura. Los problemas crecen con los tiempos.
Y es aquí cuando entra el segundo punto importante; nuestros padres jugaban con canicas, crecieron y vieron la invención de nuevos aparatos. Nosotros, crecimos con la invención de nuevos aparatos, jugamos sin canicas, nacimos con todo, pero, ¿y si lo perdiéramos?, ¿y si ésta vorágine en la que nos hallamos sumidos y que cada vez nos incita a consumir más productos cada vez con más derecho y más derroche, con más variedad y más normalidad y a producir más necesitando más recursos, nos llevara a un agotamiento del modelo?.
Es evidente que necesita una depuración, cada cierto tiempo la necesita, pero ¿y si fuera más largo de lo que nos pensamos?, si hiciera falta un tercera guerra mundial, ¿cuál de los burguesitos podría vivir una nueva situación, en la que debiera prescindir a la fuerza de sus comodidades (que les han vendido como necesidades) y adaptarse a una “vida puta” que les ponga a prueba?; ninguno.
Precisamente, a partir de aquí, las cosas pueden verse de otra manera; puede argumentarse que ya estamos en esa guerra. Que precisamente cuando la dinámica que mueve al primer mundo son sus comodidades hechas necesidad, y sin éstas la nueva generación de jóvenes, y en menor o mayor medida, la generación de sus padres ya no saben vivir, la guerra que actualmente vivimos tiene como objetivo el autoabastecimiento de la locura que el propio sistema necesita para seguir haciendo la guerra. La propia ansia exponencial del sistema lo ha llevado a crear por pura inercia un clima de guerra encubierta por y para su supervivencia. La dinámica perfecta de esta nueva guerra es el miedo a que llegue, el miedo a perderla, el miedo a que cese, el miedo a dejar de luchar por ella, el miedo por estar necesitados de lo que ella nos exige. Por eso, no sólo ningún burguesito puede adaptarse a una tercera guerra mundial con balas y sangre, si no que el propio miedo a ella les pone al servicio de una guerra que, sin balas y sangre, les exige la vida. Pero esa es la guerra. Ya existe.
No hay demasiada diferencia entre el modelo insaciable de guerra visceral entre la Mara Salvatrucha y la Mara dieciocho en el Salvador y el modelo de guerra y poder que sustenta nuestro mundo. Desde fuera, su odio y su esfuerzo nos parecen llevar a un bucle sin techo, interminable; desde fuera, ésta guerra en la que todos estamos envueltos poco tiene de diferente.
Como ya ha sido dicho y como puede deducirse, esta guerra que vivimos está encubierta, al menos en el primer mundo; y es que cada uno tiene su papel dentro de ella. Nace en las Indias, viene a morir a España y en Génova es enterrado, pero la diferencia es que todos trabajamos para ella.
Éste circulo ya todos lo sabemos, pero bueno es repetirlo, en el primer mundo se trabaja y se cobran salarios relativamente altos que nos permiten consumir los productos anunciados, las comodidades necesarias y las necesidades propiamente dichas, esos bienes nos los otorgan las empresas, en gran parte y cada vez más grandes empresas y multinacionales gracias a que estas, precisamente por ser multinacionales (que operan en varios países) pueden explotar su materia prima en países que por su papel las producen más baratas, en algunos casos 300 veces más que en uno de primer orden, éstas son transformadas en países con gran potencial productor y de nuevo son consumidas por nosotros.
En cualquier caso, esta guerra no podría ser considerada mundial si no estuvieran todos los países involucrados; y lo están. Los señores de la guerra, los integrantes de las maras salvadoreñas, los chiquillos que juegan al fútbol en África detrás de un balón roto y quieren ser como Etoo, los muchachos de las fabelas de Brasil, los emigrantes que huyen a Estados Unidos desde Sudamérica, los falsificadores asiáticos, los millonarios de la península arábiga, los recientes capitalistas rusos y hasta los guerreros Masai tratan de integrarse en ésta vorágine en la que más bien han sido seducidos a entrar. Ninguno de ellos quiere ser menos; quieren ir ganando, como nosotros. O al menos, no quieren perder tanto.
Se llega, se les dice todo lo que pueden conseguir y se les ofrece un camino para conseguirlo, se les incita a querer vivir como un blanco, pero sin decirles que para eso se necesitan negros; en definitiva, se les pone el cebo y nadan para conseguirlo. Ya están dentro. Y cuanto más negro quiera vivir como un blanco, más negros habrá trabajando, menos se les pagará, más oferta de productos y más necesidad de producir habrá para los blancos y más trabajo para los negros, que percibirán menos salario (por abundancia de mano de obra) y más barata será la materia. Por supuesto, a esto sumamos las bandas armadas que piensan que viven como blancos sólo por explotar a negros. Y esos son el enlace. Los de “a cualquier precio”.
Y alguien dirá, ¿y contra quién es ésta guerra?, pues contra todos y para nadie de los que mueren asfixiados en ella, por el simple hecho de que es un mecanismo tan perfecto que no necesita enemigo para sustentarse, es la guerra perfecta, sin bandos, sin sospecha, sin cuartel y sin razón, pues no hay nadie que pueda salir de ella, nadie que pueda pisar limpio. Evidentemente, a alguien beneficia, pero lo hace por no saber los perjudicados cual es su condición ni saber poner nombre a su perjuicio.
Y quien va perdiendo no puede luchar, quien no pierde tanto (1º mundo) no sabe vivir sin ganar; somos la élite de la locura, el miedo a la pérdida nos sume en la paranoia por ganar; más y más y más.
Efectivamente, las nuevas generaciones, por haber nacido con todo, ya no son capaces de renunciar a lo que un día conocieron, ésas necesidades creadas ya hoy en día son servidas con todo el esfuerzo de cada individuo y de cada fuerza de poder con una pretensión de que jamás sean insatisfechas, pero al mismo tiempo, de seguir creando nuevas. Ésta es la clave de la nueva guerra. Es una guerra por no perder lo que tenemos, y un esfuerzo por ganar más y defenderlo.
Nosotros somos la generación que ha nacido con todo, y por tanto, la que más tiene que perder y la que más pánico tiene a hacerlo, la que más luchará porque no acabe la guerra y pierda algo con su cese.
Otra cosa que poseemos (y esto no nos convierte en víctimas si no seguramente en verdugos natos y angustiados por su posible propio descontrol) es la incertidumbre de un posible fin del mundo. Somos los primeros jóvenes en toda la historia que ven con clarividencia y con evidencia el hecho de que podamos ser los últimos.
Junto a esto y como parte de la propaganda bélica a la que desde bien pequeños hemos sido sometidos, también hemos nacido con una lista negra de utopías, a la mayoría de los jóvenes, si se les preguntara acerca del anarquismo o del comunismo, una negativa automática asomará en su mente y su respuesta; nuestros padres (y con ello evidentemente me refiero más a la herencia cultural, llámese engaño, que ellos han dejado como residuo en nuestra mente) nos han dado todo, incluida una lista de sueños rotos por lo que no luchar.
Parece que no hemos venido a nada, que el espíritu de juventud nos lo han convertido en un botellón de rutina, una discoteca, un i-phone y unos pantalones que nos harán ser más rebeldes; han sustituido los valores tradicionales asociados a la juventud en productos que sustituyan nuestra posible pretensión de cambiar el mundo. Ése es precisamente el error, y esa es precisamente la trampa, ¿qué motivo hay para quejarse hoy en día si tenemos todo?, pues precisamente eso, que no somos nada, que contamos como jóvenes si se trata de consumir como tales, pero somos adultos a la hora de vivir, vivimos ni siquiera cansados, si no que la derrota vital, la ausencia de lucha consciente y la paz alucinada que nos brinda el consumo y que vendieron a nuestros padres se ha extendido hasta nosotros. Morimos sin saber a qué vivir y luchamos para que siga la guerra.
Qué duda cabe según lo expuesto de cuánto conocimiento bélico produjo la Guerra Fría...no hace falta que caigan bombas en nuestro territorio (como por otra parte igualmente sucedió con Estados Unidos durante las dos Guerras Mundiales) para inocular un estado mental de guerra en la población.
Estos jóvenes brindarán por la paz bebiendo fundido el hierro de la guerra.
Se acabó la sangre.
La Sombra Negra
Estamos en una época crucial para la historia. En esto se basa su importancia, en que la mayoría de gente ni siquiera lo ha percibido. Podría argüirse que las clases que recibimos de historia han dado su fruto: nuestro concepto de hecho histórico es mucho más exigente para creer que hoy y ahora, en el presente, estamos haciendo historia sigilosamente. Nuestra expectativa se hizo alta para que no nos parapetáramos frente a los envites que suframos.
Historia es otra cosa, esto no es historia; ésa era la idea que tenían reservada para nosotros.
Ésta es precisamente la característica, estamos en un tiempo en el que mecanismos perfectos del poder nos envuelven sin que si quiera nos percatemos, hay abundantes casos sobre como diferentes y conjuntas estrategias han generado un panorama de sigiloso funcionamiento. Pero mortal.
Hagamos memoria anotando acontecimientos llamativos y démosle tiempo para que germinen en consecuencias que si se está atento, no podremos asignarles, y que sin embargo, ya habían sido previstas por otras fuerzas y dan silenciosamente su resultado.
Por ejemplo, recordemos el Plan Bolonia de educación universitaria. El plan Bolonia básicamente, era un plan que pretendía compaginar y homogeneizar los títulos europeos con los españoles. Era, ciertamente, un plan para que la gran empresa metiera sus fondos en los departamentos de su interés para que, financiados por el Estado, éstos dieran su fruto acorde al gusto e interés de la empresa. ¡Ay si solo acabara ahí!.
Esto de Bolonia forma parte de un plan muy largo. Todos sabemos que hoy en día es el mercado quien controla todo, incluida la tendencia de los jóvenes a la hora de elegir sus carreras, y con ello su futuro y al mismo tiempo el de la sociedad (que seguirá beneficiando al mercado, por simple planteamiento de círculo vicioso), pues bien, pongamos que el mercado (que es de influencia y tendencia mundial) exige a los habitantes de la sociedad española que se metan en las carreras normalmente más copadas y que son las que a él mismo interesan: Prensa, Derecho, Administración y Dirección de Empresas, Ciencias de la Información , Telecomunicaciones, Publicidad, Arquitectura, etc.
Esto se consigue a fuerza de extender la alucinación colectiva de que “son carreras con muchas salidas”, lo cual es cierto hasta cierto punto, pero no infinitamente, pero en cualquier caso, se convierten en carreras con gran número de estudiantes en sus filas.
Aquí viene la segunda parte del plan: una vez que nosotros les hemos dicho qué estudiar, y todos nos han hecho caso, tenemos a un montón de futuros especializados en aquello que nos interesa, y por la vieja fórmula de oferta y demanda, el día de mañana (y ya hoy está sucediendo en nuestro país con la que supuestamente era la generación más preparada que jamás habíamos visto) tendremos a un montón de jóvenes licenciados o graduados (formados más rápidamente y por tanto, sumados en mayor número a la cola) ofertando en las puertas de nuestras empresas su trabajo.
Este cuento también es viejo, y es que si hay mucha gente para trabajar, yo bajo el sueldo y trabaja quien menos pida. Hemos conseguido trabajadores especializados en los puestos que queríamos, y a bajo coste. Muchos de ellos acabaran trabajando de otra cosa, y quedarán en el banquillo de reserva para cuando quien no soporte más se vaya a la calle a la mínima queja o disminución de su eficiencia: EL MERCADO LO SOLUCIONA TODO. Tenemos trabajando por un bajo sueldo a los que trabajan, en la cola y trabajando de otras cosas a un montón más, y a muchos otros licenciados o graduados en el paro, sin saber para qué les sirvió esa carrera que decían “tenia muchas salidas”, y esperando su ansiada autorrealización a cambio de unos sueldos cada vez más bajos.
Pero ésta es la tercera parte: cuando ya nada parecía poder salvarles, cuando tenían que mendigar a sus padres para seguir respirando, aparece el gobierno de Alemania (país donde cuesta el doble formar a un licenciado o graduado) y les ofrece acogerlos calurosamente. El mercado lo resuelve todo. Pero hay un problema: esos graduados y licenciados, a pesar de haber sido instados por el mercado para formarse en lo que a él mejor convenía, fueron formados con dinero del Estado, esto es, con dinero de los ciudadanos españoles, y ahora irán a servir a Alemania, gratis, dando gracias y encima sumando un punto al mercado, un punto que nos venderá como una ventaja de sí mismo.
Actualmente, el excedente de licenciados existente en aquellas carreras responde a una etapa de anterior crecimiento donde se puso énfasis en la importancia de formar profesionales en aquellos sectores punteros. El sistema se llenó la barriga con toda esta juventud dirigida hacia un futuro bien vendido, y ahora, ya que no son necesarios tantos, ahora que ya hay suficientes reservas, se emplea ése mismo hecho como excusa para introducirse en la universidad y manejarla con mayor descaro si es posible. La subida de tasas es la metáfora perfecta acerca de cómo ya no es necesario que la clase media y baja acceda a la universidad. Para hacer hamburguesas no es necesario.
El mercado es como las películas americanas en las que un americano se hace amigo de los indios: pide disculpas y al mismo tiempo aprovecha para recordar lo noble de su espíritu, como si el resto de americanos que salen masacrando fueran extraterrestres y América estuviera en el protagonista, que sí que entiende a los indios.
Planteado este panorama, muchos de los licenciados o graduados en España, es evidente que no van a poder empezar a trabajar a los veintiséis años, y mucho menos en la mayoría de los casos, conservar su trabajo por treinta y ocho años y medio, cotizarlos todos. Y eso se sabía de antes. Lo que se consigue con ello, es que el mercado, que de nuevo es quien dicta lo que realmente se hace en política, consigue trabajadores especializados que cobran poco, que no llegarán a cotizar simplemente porque despedir les saldrá a cuenta teniendo a un montón de trabajadores especializados en lo que ellos querían dispuestos a trabajar por menos, (y el siguiente que entre después del anterior, lo hará por un poquito menos, y el siguiente, por menos aún).
Con esto se consigue que tanto los que trabajan, como los que no (por razones evidentes) no puedan cubrir sus años de cotización, y con ello, al no serles posible jubilarse por lo público, lo harán por lo privado, con el beneplácito de los bancos (que son los causantes de la crisis que justifica esta medida de ampliación de la edad de jubilación) y las aseguradoras. El presidente de Mapfre ya ha dicho que es buen tiempo para hacerse un plan de pensiones privado. El hecho de que nadie podría producir su futura pensión por lo público, lo sabían; ése era el plan.
En resumidas cuentas, consiguen que la gente se meta a las carreras que a ellos les interesa, hay demasiados en ellas y con ello pagan menos a los que trabajan, si quieren, los despiden (hay muchos para el mismo puesto y para colmo se abarata el despido “para fomentar el empleo”) y con ello consiguen que no coticen ni ellos ni los que están en el paro, que por cierto, cuando trabajen lo harán cada vez por menos. Gracias a esto, se llevan un grandísimo pellizco al obligar de nuevo a la gente a seguir la tendencia que ellos marcan: hacerse un plan de pensiones privado. Mientras tanto, meten mano en la universidad y esos pobres esclavos investigan para ellos gratis y con el dinero que ponen sus propios padres a través del Estado para financiar los medios de investigación, es decir, de tu propio bolsillo pagas tu propio sueldo, le das una parte al banco para que se beneficie él hoy y te de unas migajas mañana y encima se benefician de lo que consiguen con lo que tú mismo te pagas.
Perfecto.